El Amazonas había sido un destino impensado para mí hasta este año, 2020, pero se convirtió en uno de los viajes mas memorables de mi vida. Apenas unas semanas después de escuchar las historias de algunos amigos que habían estado allá, fui invitado, por pura casualidad, a este lugar por otro de mis amigos cercanos del colegio.
Fue una experiencia completamente diferente porque tuve la oportunidad de conocer otras formas de ver la vida, acercándome por primera vez a la selva, sus habitantes y conocer un poco de sus tradiciones y cultura, dejando de lado las comodidades de la ciudad.
El punto de llegada es Leticia, cuyo aeropuerto fue remodelado recientemente y en el que hay que pagar un impuesto de 35mil COP antes de salir para el pueblo. Se puede caminar menos de diez cuadras para llegar a la plaza, o tomar un taxi que debe dar una vuelta más larga, por unos 10mil COP.
El pueblo cuenta con una gran cantidad de bares, droguerías y tiendas de “chucherías.” Además, como es de esperarse, hay bastantes hostales y restaurantes. Como en esta región está la frontera con Brasil y Perú, hay bastantes casas de cambio ($) y hay un punto turístico conocido como Tres Fronteras, a tan solo unas cuadras de la plaza, donde la gente se toma fotos.
Ya estando en Leticia, se pueden hacer diferentes recorridos hacia arriba o hacia abajo del Río Amazonas. Lo ideal es tener un tour programado con antelación y preferiblemente tener una buena referencia del guía, haber hablado con él/ella acerca del cronograma y asegurarse de tener toda la logística clara, incluidos los transportes, comida y hospedaje.
Nosotros tuvimos la suerte de encontrar a Carlos, un guía con amplia experiencia organizando toures en la selva, que nos recomendó uno de nuestros amigos. Él hizo todo mucho más fácil, al incluir en el precio, además de lo previamente mencionado, las botas pantaneras, linternas, agua, hamacas, toldillos, etc.
Hicimos una excursión de tres días, iniciando con la visita a una Maloka, en lo que se denomina “charla con el abuelo.” Personalmente no me llamaba mucha atención la actividad, pero después de convivir bajo el mismo techo con una familia de indígenas, pienso que es una experiencia muy valiosa.
Nos recibieron con rapé (tabaco y ceniza) y mambe (hoja de coca y ceniza) y nos enseñaron todo el proceso de su elaboración. A lo largo de la tarde participamos de diferentes actividades dentro de la misma casa y en la noche Nelson, hijo del “abuelo” y líder de esa Maloka, nos contó historias de la tradición de su tribu indígena.
Es muy importante, nos explicó Carlos antes de llegar allí, recibir siempre con amabilidad cualquier cosa que nos ofrezca el Abuelo y su familia, pues es su modo de saludarnos. Si rechazamos algo que nos dan de comer o beber, se sentirán ofendidos y probablemente no querrán hablar más con nosotros por el resto de la estadía.
Para llegar a la Maloka y al salir de ésta hicimos caminatas de alrededor de una hora en la selva, donde Carlos nos mostró el nombre, características y usos de diferentes plantas, así como algunos frutos y rastros/guaridas de animales.
En la selva hay aplicarse protector solar y repelente para mosquito TODO el tiempo. Cuando uno se detiene, es solo cuestión de segundos para estar rodeado de mosquitos. También hay que ser cuidadoso con dónde se pone la mano o por dónde se camina.
En épocas de lluvia hay bastantes sectores con barro y charcos, en los que toca caminar por encima de troncos (sin barandas) para atravesar algunas secciones del trayecto pero podemos encontrar palos para usar como bastón y apoyarnos mejor. Hay senderos delimitados en la mayor parte y en general es una caminata agradable a pesar del calor.
La segunda noche íbamos a acampar en la selva, pero al final decidimos ir a una reserva que quedaba cerca, el Ágape, donde dormimos en camas cómodas y nos bañamos en una quebrada que estaba cerca. El lugar es muy recomendable: acogedor, económico y cuenta con buenas duchas e inodoros.
En la noche hicimos un recorrido por la selva, en el que tuvimos la oportunidad de ver hongos luminosos, varias tarántulas, una serpiente y un escorpión. También alcanzamos a percibir algunas aves e insectos en los árboles. Por momentos, en completa oscuridad y con el ruido ensordecedor de los animales alrededor, uno se siente pequeño y completamente expuesto, pero Carlos nos daba la confianza de saber exactamente lo que hacía.
El tercer día hicimos un recorrido en kayak de casi tres horas a través de selva inundada. Luego de esa divertida y agotante travesía, llegamos a Flor de Loto, que cuenta con instalaciones bonitas y coloridas. Almorzamos y nos subimos en un bote de motor que nos estaba esperando para llevarnos a Sacambú, Perú.
En este lugar hicimos recorridos en la tarde por los lagos en buscar de delfines. Encontramos un caimán y pudimos ver de lejos delfines grises y uno rosado. Nos atrevimos a lanzarnos al agua en uno de estos lagos, siguiendo la recomendación de Carlos, de que no hay peligro al nadar en el centro del lago antes del atardecer.
En el cuarto y último día visitamos un centro de conservación donde estuvimos en contacto con monos, guacamayas, serpientes y un perezoso bebé. Aquí pudimos alzar una anaconda de mas de cuatro metros. En la casa, donde vive una familia, también hay una colección de huesos y pieles de diferentes animales.
Al salir de allí intentamos pescar pirañas en los lagos, pero comenzó a llover, por lo que nos refugiamos en el lugar donde nos estábamos hospedando y la actividad terminó prematuramente. Poco después nos alistamos para regresar a Leticia: un último recorrido por el Río Amazonas y de vuelta a la civilización.
Siento que es un enorme privilegio conocer esta región del mundo, obviamente informándose bien para planear un buen itinerario y tomar las precauciones necesarias para el viaje. Y sobre todo, ir con plena disposición para aprender y conectarse con la naturaleza.