La Selva
Los colombianos tenemos el privilegio de vivir en un país que cuenta con muchos lugares increíbles, tantos que necesitaríamos varias vidas para poderlos conocer todos. Sin embargo, a pesar del auge turístico de los últimos años, hay zonas que no cuentan con suficiente promoción, por lo que no reciben tantos visitantes como deberían, y la organización de un viaje requiere mayores esfuerzos y suele implicar el contacto directo con alguien de la comunidad. Tal es el caso de Siberia, corregimiento de Orito, tercer municipio más poblado del Departamento del Putumayo, situado en el piedemonte Amazónico. Es un lugar paradisíaco, al que la cercanía con el pulmón del mundo le permite poseer todo tipo de fenómenos naturales y contar con una variedad de fauna y flora impresionante.
Existen múltiples posibilidades de aventuras partiendo de Siberia: navegando algunas horas por el Río Putumayo se puede llegar a un lugar de avistamiento de guacamayos, tras una exigente caminata es posible ingresar a una maravillosa cueva en medio del monte y también está la opción de atravesar la frontera con Ecuador por río y entrar en las aguas del país hermano. Sin embargo, en este viaje la idea era no alejarse mucho del corregimiento, así que nos pusimos en contacto con unos jóvenes de la comunidad que han desarrollado un proyecto ecoturístico en torno a la Chorrera de Chigayaco, un templo silvestre en el cual tuvimos el gusto de caminar sobre barro y piedras y atravesar varias veces el Río del Churuyaco, mientras los líderes del proyecto, guitarra y zampoña en mano, acompañaban el recorrido tocando y cantando temas que le han compuesto al monte producto de su convivencia y contemplación a la naturaleza. Fue hermoso notar esa veneración que tienen por su tierra. Porque para ellos es imposible separar la música de la inspiración que les produce su montaña. Día a día la recorren y los cantos de los pájaros, los sonidos de los insectos y el repiqueteo del agua se entrelazan con sus anécdotas y vivencias y se convierten en hermosas canciones, que los privilegiados que hacemos el recorrido escuchamos mientras conocemos las cascadas, avistamos heliconias y nos bañamos en sus mágicas aguas.
Tras esta maravillosa experiencia lo que buscábamos era pasar un tiempo internados en la jungla, con las provisiones necesarias para evitar ir al pueblo, con eso podíamos ser totalmente libres y estar tranquilos, sin estar pendientes por el día y la hora, sin tener que manejar plata, sin podernos mirar en un espejo, sin saber de noticias, ni whatsapp, ni tapabocas o protocolos de desinfección. Podernos dedicar exclusivamente al monte y a la reflexión.
Una hermosa familia nos acogió y nos permitió acompañarlos a su casa en medio de la selva. Luis Libardo Cuasapud y Andrea Ximena Carlosama pertenecen a la comunidad de los Pastos y junto a sus dos hijas viven en esta zona y luchan a diario por preservar su cultura y su montaña. Luis fue criado en su infancia en la selva, a más de dos horas del pueblo más cercano, y ahora trabaja allí y disfruta de la naturaleza junto a su familia y a aquellos visitantes que vamos a su tierra buscando tener momentos de paz y tranquilidad. Él es un mayor de la comunidad, un médico tradicional indígena que desde joven se ha preocupado por aprender de los taitas y de los abuelos para poder ayudar a quien lo necesite y para que la sabiduría ancestral no se extinga.
Debimos solicitar un camión para que nos recogiera en Siberia, nos pasara por Churuyaco y nos ingresara a la vereda Cartagena, donde queda el terreno de ellos. El remolque nos acercó hasta donde pudo, pasando por puentes artesanales y vías inclinadas de piedra donde a veces patinaba y parecía que se iba a colgar. Eso sí, en todo momento estuvimos encantados por los paisajes maravillosos que nos rodeaban.
Desde ese punto debimos caminar con todo el equipaje a cuestas. Esa fue la primera prueba del paseo: sortear todo tipo de obstáculos naturales cargando costales con comida, machetes, una motosierra, ollas, corotos y la maleta personal, que hubiera podido ser mucho más liviana, pero la poca experiencia nos hizo empacar mucha cosa innecesaria. En cierto punto sentíamos que los brazos no nos daban más. Llegamos a un sector donde habían talado muchos árboles y parecía imposible encontrar la maroma adecuada para poder pasar, en otras zonas los aguaceros recientes habían armado un barrizal impresionante donde uno podía enterrarse o deslizarse y caerse con todos los trastes encima, y también tocó atravesar el río, que en ese punto es bajo pero igual trataba de sacudirlo a uno.
El facilismo que tan malacostumbrados nos tiene impedía que nos concentráramos en la belleza del entorno. Poco a poco fuimos comprendiendo que la incomodidad ocupa un lugar en nuestra mente tan protagónico como decidamos atribuírselo, así que fuimos impregnándonos del paraíso que nos rodeaba, le bajamos a la quejadera y automáticamente nos empezamos a liberar de esas sensaciones molestas; fue como si soltáramos varios kilos de carga de encima.
Finalmente arribamos a la casa, que podría considerarse humilde por ser de madera y contar con lo básico, pero en verdad representa una riqueza enorme: fue construída con los mismos palos que han crecido en este monte, fue producto del esfuerzo, conocimiento y principalmente del amor de la familia, y además se encuentra en medio de dos ríos, de una montaña prácticamente inexplorada y es testigo de tantas maravillas que ofrece diariamente la naturaleza. Sentimos vergüenza de habernos quejado por cargar esas pocas cosas al imaginarnos el verdadero desgaste que implicó haber elaborado esta hermosa casa en este alejado lugar.
Ahora era cuestión de disfrutar de cada momento y aprender de cada lección que la naturaleza quisiera darnos. En una casa en mitad de la selva siempre hay cosas por hacer, ya sea alguna labor doméstica, algún trabajo en el monte o cualquier otra distracción. Andrea coordinaba las labores en la casa cuando el mayor iba a realizar alguna tarea alejada. Sin embargo, ninguno de los dos nos obligaba o siquiera nos insistía en hacer algo. Estas comunidades manejan un sistema de enseñanza muy diferente al nuestro y en algo tan básico como las labores domésticas lo pudimos notar. Ellos no escriben ni tienen textos literarios en los que se plasmen sus conocimientos, ni acuden a guías de youtube cuando deban realizar una labor que desconocen. Su costumbre es aprender a través de la experiencia y transmitir esos inmensos saberes ancestrales de manera oral y a través del ejemplo. El hecho de vivir en el monte les ha generado la necesidad de aprender a hacer por su cuenta prácticamente todo. Deben saber de carpintería y construcción para elaborar su casa, dominan la mecánica para poder arreglar la motosierra, la moto o cualquier otro aparato por su cuenta, conocen de agronomía a través de la experiencia de cultivar sus tierras, aprenden de medicina tradicional debido a que los puestos de salud son escasos, así que le reconocen las cualidades curativas a cada planta y en general el hecho de tener su cotidianidad en la selva los obliga a organizar y planear sus jornadas de manera muy eficiente, debido a que diariamente deben recorrer grandes distancias a pie y a las múltiples variables que la naturaleza les impone, como la lluvia, que se crezca un río, la aparición inesperada de algunos animales, la etapa lunar, etc. Esto los habitúa a ser muy ordenados, precavidos y recursivos en todos los campos de su vida
Los dos se llenaban de paciencia y nos guiaban en labores que para nosotros era complicado hacer, mientras que ellos desde niños realizan con naturalidad, pero no estaban detrás nuestro permanentemente. Uno comprendía que era necesario realizar ciertas tareas para que todo pudiera funcionar. Era fundamental mantener leña seca cerca al fogón y que el tanque permaneciera con agua. Fueron muchos los viajes a la quebrada, donde tocaba ingresar despacito y con cuidado para no agitar mucho el río y recoger una ollada de agua, procurando que no se colaran muchas partículas de tierra o mugre.
Para la leña la cosa solía ser más complicada. En algunos casos se encontraban palos caídos cerca a la casa, que podían alcanzar para tener fuego un rato, pero era importante poder disponer de cantidades abundantes de maderos y protegerlos de la lluvia. En el tiempo que estuvimos fue necesario derribar tres árboles con este objetivo. El mayor evaluaba cuáles, que no fueran únicos en su especie, ya tenían sus ramas secas y estaban obstruyendo la luz solar que podía llegar a unos más pequeños, para no afectar al medio ambiente al tumbarlo. El espectáculo de ver caer uno de estos enormes cuerpos vegetales es impresionante. El estruendo que produce, las vibraciones que se sienten en la tierra y las ondas que se perciben en el aire dejan una sensación de solemnidad y respeto hacia este ecosistema, que aunque parece estático está en acción permanente, donde la participación de cada planta y animal y su comprensión de que su ciclo llega al final y que deben darle paso a otra especie le ha permitido estar vigente hasta nuestros días.
El árbol elegido no solía quedar cerca del destino de la leña, así que tocaba cortarlo en pedazos manejables y transportarlos hasta el lugar indicado. Este esfuerzo resultaba bien exigente por el peso de los troncos, la dificultad del agarre y el camino lleno de trampas. Nuevamente llegaba la sensación de cansancio del primer día, potenciada por las múltiples heridas y raspones que iban ocasionando los troncos, ofreciendo tentadoramente la opción de abandonar la labor. Afortunadamente la selva es sabia y no ha permitido que esos conceptos de cansancio y renuncia se establezcan en sus dominios. ¿Acaso las hormigas se retiran en la mitad del camino cuando deben andar distancias enormes cargando objetos pesadísimos? ¿O los pájaros abandonan la elaboración de un nido cuando deben volar muy lejos para recoger las hojas y la paja? ¿O es que las arañas se rinden cuando les destruyen sus telarañas, en vez de iniciar enseguida la construcción de una nueva? La vida silvestre mantiene su equilibrio porque cada especie trabaja hasta cumplir el objetivo que su instinto le impone, y si nosotros pretendemos estar en convivencia y armonía con la jungla debemos actuar en concordancia con ella. Allí tienen interiorizada una respuesta muy sencilla ante las quejas y excusas que uno pueda presentar o los dolores que pueda tener: ¡aguante! La naturaleza nos ayuda a configurar la mente fundamentándose en esa máxima, de tal manera que nuestro cuerpo, que es una máquina constantemente subutilizada, responde a estas exigencias: las heridas se curan rápido o simplemente se olvidan, y todo el sistema músculo esquelético se deja llevar hasta el límite que sea necesario con tal de cumplir con la labor establecida.
Otro de los árboles derribados se encontraba al borde de la quebrada, así que una vez tumbado se fue cortando en troncos bastante grandes, que tocaba maniobrar sobre el agua para no dejarlos llegar a donde la corriente estaba fuerte y que se escaparan río abajo. Esta labor, más que exigir fuerza o habilidades acuáticas, requería una comprensión del movimiento del agua en la quebrada, para no ir en contra de su flujo y aprovechar su impulso para arrimar los troncos a la subida hacia la casa.
Las horas iban pasando alegremente entre estas actividades y otras que la madre naturaleza nos permitía realizar. Esta región se caracteriza por ser bastante lluviosa y estábamos en temporada de invierno, así que tuvimos ocasiones en que caían aguaceros durante horas. Nos estropeó algunos planes, pero lejos de molestarnos, disfrutábamos de la lluvia mientras hacíamos arreglos para almacenar el agua que caía, organizábamos cosas de la casa, aprendíamos a hacer artesanías típicas o simplemente tertuliábamos o disfrutábamos oyendo al mayor cuando sacaba la guitarra y nos compartía los hermosos temas que ha compuesto de manera autodidacta. Cuando bajaba el agua sus hijitas corrían alegremente detrás de mariposas multicolores, saltamontes y pájaros o iban al río a bañarse. En la selva los niños cuentan con suficientes distracciones como para extrañar el televisor o el celular. Para qué van a necesitar superhéroes si pueden crear juegos donde se imaginen que son un jaguar o una pantera y para qué van a descargar Netflix si sus papás a diario les cuentan historias del monte, de animales selváticos, de cacería, de sus ancestros y en general todo tipo de fábulas, mitos y leyendas que resultan más interesantes y entretenidas que cualquier película.
A medida que avanzaba el tiempo empezábamos a familiarizarnos más con la vida silvestre, dejábamos de extrañar los vicios de la ciudad y lográbamos comprender mejor las enseñanzas de la naturaleza. Nuestro esfuerzo para cumplir con los trabajos fue recompensado con hermosas manifestaciones de la selva. Un aguacero sorpresivo cuando el sol estaba fuerte nos mostró un espectacular arcoiris encima de la quebrada. Mientras prendíamos el fuego del fogón una familia de micos soldado nos desfiló por encima, pasando por una pasarela de ramas haciendo sus gracias y maromas. En uno de los árboles de los que sacamos leña había un panal de abejas, así que después de cargar los troncos endulzamos la jornada tomando una deliciosa dosis de miel recién sacada de la colmena. Un par de días el río estuvo apto para la pesca y pudimos cenar con los sábalos, bocachicos y micuros que capturó el mayor. En medio de la manigua, cuando más calor hacía, encontramos una pequeña quebrada donde brotaba agua recién salida de la montaña y pudimos calmar la sed con este líquido en su estado más puro posible. En una de tantas sentadas en un tronquito a contemplar el paisaje nos visitó un hermoso saltamontes y nos caminó por encima permitiéndonos detallarlo y observar su perfección notando cada diminuta parte de su estructura. Además de estos sucesos, en cualquier caminata nos topábamos con árboles de pomarrosa, guamas, arazás y limas listas para degustar y con matas de árnica, menta, limoncillo o escantel para deleitar las partículas olfativas.
Tuvimos la oportunidad de aprender de manera vivencial a tener un comportamiento amigable con la ecología y a entender el daño que ocasionan las prácticas que van en contra del medio ambiente. En cada labor se procuraba ahorrar agua y optimizar los maderos, los huesos o la comida sobrante se arrojaba al río para que fuera alimento para los peces, los desechos orgánicos se usaban para compostaje y se reutilizaban los recursos en la medida de lo posible. En este mágico lugar no existen botaderos así que los empaques plásticos eran utilizados para iniciar el fuego, lo cual genera una leve contaminación, pero la abundancia de árboles la contrarrestaba sin dificultad. Es bonito pensar en que estas comunidades hace algunos años no conocían el concepto de basura, ya que su vida era totalmente orgánica: las ollas eran de barro, los cubiertos de palo o hueso, los platos eran hojas de plátano, ataban las cosas con lianas extraídas de las plantas, la ropa la hacían con la corteza del coquillo silvestre, etc. Cuando algún elemento se averiaba podían botarlo donde fuera y no pasaba nada, ya que todo era biodegradable. Es hermoso pensar que además de no saber qué era basura, tampoco conocieron jamás el dinero. Intercambiaban semillas para adquirir las pocas cosas que necesitaban y la tierra no les proveía, así que nunca tocaron un billete. Al saber de tantos desastres, tristezas, crisis existenciales y peleas familiares que algo tan simple y sin gracia como la plata genera a diario, es imposible no añorar esa utopía.
El Yagé
Luis, además de enseñarnos y explicarnos los diferentes elementos de la vida en el monte, también nos hizo el honor de compartirnos su medicina ancestral. Él está en constante estudio y aprendizaje para ayudar a sanar cuerpo y alma de los que así lo precisen a través de ceremonias de yagé. Nos invitó a este ritual milenario amazónico, en el cual se toma una bebida amarga compuesta por plantas sagradas del Amazonas, que nos permite conectarnos con el núcleo de la vida, con nuestra raíz: la tierra. De esta manera tenemos una mejor comprensión de nosotros mismos y de nuestra razón de ser en el mundo.
Lo que uno experimenta durante estas tomas está tan lleno de misterios como la inmensidad de la selva, la magnificencia de los astros o la profundidad del infinito. Este remedio sagrado se toma en las noches, y la calma del ambiente, los murmullos de los árboles y la complicidad de la oscuridad se alían para expandir nuestra percepción de una manera increíble, de tal manera que a través de visiones y sensaciones indescriptibles el yagé nos muestra una serie de cosas en un lenguaje totalmente nuevo y diferente. La mente transita entre dimensiones paralelas a una velocidad mucho más elevada de lo normal y con plenitud de conciencia, pasando por eventos difíciles de definir en los que nuestras emociones son expuestas a todo tipo de altibajos, mientras pasamos por las fases purgativas que produce la medicina, que nos desintoxica cuerpo y alma en una o varias sesiones en que arrojamos sobre la madre tierra todo lo que nos contamina, para que ella con su gran sabiduría lo transforme en algo productivo.
La experiencia es fuerte y contrasta con la vida concreta en la que la rutina diaria de la ciudad nos ha encapsulado. No es sencillo abordar la realidad desde una perspectiva espiritual y energética, donde no hay verdades absolutas ni explicaciones cuadriculadas para todo. Durante esta sublime expedición se abren compuertas internas que nos permiten visitar planos hasta ahora inaccesibles en nuestro yo, así que tenemos momentos en los que nos enfrentamos con nosotros mismos, evaluando algunas de las acciones que hemos hecho a lo largo de nuestra vida bajo el criterio severo y minucioso del yagé, identificando costumbres nocivas y pensamientos erráticos que nos han generado una serie de embolates en la cabeza que nos impiden tener una vida más tranquila y feliz. Cada vez que logramos desenredar uno de los tantos nudos mentales que tenemos sentimos una liberación increíble y alcanzamos un éxtasis desaforado pero a la vez muy aterrizado, al sentir que empezamos nuestro camino de sanación. La jornada es bastante exigente, y es que no puede ser de otra forma: conocerse a uno mismo no es nada sencillo. Este periplo, en el que pasamos por etapas de desespero en que no sabemos qué hacer y por otras de euforia máxima donde quisiéramos abrazar a todo el universo se extiende hasta el amanecer, momento en el que baja “la chuma” y uno podría aprovechar para dormir un rato. Sin embargo, suele ser tanta la información para decantar, que conciliar el sueño resulta imposible, y conviene más aprovechar la fuerza que nos da el remedio para ponerse a trabajar, o simplemente meditar y reflexionar contemplando la naturaleza.
La desconexión que ha tenido la humanidad con la madre tierra desde hace varios siglos y el resultante afecto desmesurado hacia lo material ha causado que la ambición invada nuestros corazones, con todos los perjuicios que eso ha implicado a nivel individual y comunitario. Hemos descuidado una de las peticiones más hermosas que hay en el Padre Nuestro original, que está escrito en Arameo en una piedra blanca que reposa en el Monte de los Olivos de Jerusalén: “Haznos sentir el alma de la tierra dentro de nosotros, pues, de esta forma, sentiremos la sabiduría que hay en todo”. El día a día en la selva nos permite retomar ese apego, así que las cascadas, los ríos, la montaña y los árboles son el escenario más apropiado para dilucidar las enseñanzas que el yagé quiso regalarnos y para poder sentir el alma de la tierra dentro de nosotros.
Examinamos la necesidad de mejorar nuestra prudencia después de conducir la canoa en una faena de pesca, teniendo que guardar absoluto silencio y controlar el inquieto bote sin alterar el flujo normal del agua con el remo, para no asustar a los peces y poderlos capturar con la atarraya. Fortalecemos la perseverancia haciendo el ejercicio de llenar el tanque de la casa después de ir a la quebrada a recoger agua en una olla, subir cuidadosamente por el camino enlodado, regresando cada vez que por un tropezón se nos regara todo el líquido al suelo, para finalmente depositar el agua en el barril plástico y ver que apenas sube de nivel un tris y que se necesitan muchísimos viajes más para completarlo. Somos más tolerantes cuando nos tranquilizamos, dejamos de incomodarnos y aceptamos el montón de moscas que permanentemente nos vuelan alrededor de la cara y nos caminan por brazos y piernas. Mejoramos nuestra calma y concentración cuando nos servimos la comida y con un plato calientísimo en una mano y una taza de agua de panela hirviendo en la otra empieza a rondarnos el cuello un abejorro gigante y la única salida es permanecer totalmente quietos para evitar que nos pique. Dejamos de giuarnos por las apariencias cuando se acerca la mosca queresera, con su hermoso atuendo verde brillante, que da gusto verla volar, pero debemos espantarla, porque es un insecto que busca la carne y el arroz para poner sus huevos, haciendo que le salgan gusanos a la comida y se dañe. Nos volvemos más sencillos y prácticos al comprobar que podemos durar varios días con un solo par de mudas y muy pocos objetos, bañándonos en el río, durmiendo en una hamaca que guindamos en cualquier lado y yendo al baño en la mitad del monte. Caemos en cuenta entonces de cómo nos hemos complicado la vida nosotros mismos, buscando la felicidad en lo material y en lo que el sistema de consumo nos impone. Somos más amables y solidarios cuando repetimos un recorrido o duplicamos un esfuerzo para apoyar a algún compañero incapacitado que necesita nuestra ayuda, entendiendo que si nuestro prójimo está mejor, nosotros también lo estaremos. Aprendemos a afrontar nuestros retos cuando nos toca partir leña y notamos que por mucha fuerza que hagamos no logramos sacar ningún madero si no usamos la técnica adecuada, y sí nos exponemos a lastimarnos. Sin embargo, la fuerza y la técnica tampoco son suficientes si no analizamos los hilos de la madera para saber en qué dirección están, y así mandar el hachazo acertadamente. Cuando debemos prender el fuego y por más que le ponemos leña y lo soplamos la llama no crece entendemos que algunas situaciones de la vida deben hacerse estando bien concentrados y acompañarlas con una buena disposición mental. Cuando estábamos enfocados en la función y pensando bonito el fuego crecía poderosamente y mantenía su fuerza; si albergamos odios, rencores y resentimientos en nuestro corazón, difícilmente nos saldrá bien cualquier cosa que hagamos. Nos ubicamos mejor en la vida y aprendemos a encontrar la salida a nuestros problemas cuando confundimos el camino y nos perdemos en el bosque, teniendo que permanecer tranquilos mientras nos guiamos por el sonido del río, los rayos solares, un árbol alto u otra referencia para retomar el rumbo indicado. Aceptamos las frustraciones diarias al recordar todo el esfuerzo en el río para maniobrar los maderos del árbol caído para ubicarlos en el borde de la quebrada y poderlos usar más tarde como leña, cuando al rato el nivel del agua subió bruscamente y la creciente se los llevó río abajo. Conocemos la manera en que debemos caminar por la vida tras cada excursión por el bosque, donde debemos evaluar cuál ruta es más favorable y qué ramas nos sirven de soporte, ya que algunas están llenas de púas, y donde nos acostumbramos a apoyar bien los pies en cada paso para no tropezarnos ni resbalarnos, pero sabiendo que si el terreno está enlodado y lo pisamos muy fuerte podemos enterrarnos, así que en algunas partes del recorrido es preferible poner los pies suave y deslizarnos sobre la tierra, para llegar más rápido a nuestro destino. Asimilamos mejor nuestro proceso en el planeta al observar cómo las semillas dan fruto, viven su plenitud, empiezan a decaer y luego se convierten en desechos orgánicos que deben ser arrojados a la tierra para alimentarla y desaparecer dentro de ella. Comprendemos así que nuestro cuerpo sólo es materia que terminará hecha polvo, que es un despropósito adornarlo y sobrevalorarlo, y que el deber real es esforzarnos por alimentar nuestra alma, que es la que está destinada a la eternidad. Cuando el mayor nos cuenta de cómo la montaña tiene cambios drásticos cuando pasan unos días en que no la visita, e incluso que en algunas ocasiones realiza un camino de ida pero al volver ya lo encuentra diferente, comprendemos que la naturaleza jamás se duerme en sus laureles ni cree alcanzar un punto de total tranquilidad, sino que está en acción permanente, adaptándose a las variantes condiciones del entorno. Inferimos así el grave peligro de caer en zonas de comfort y de creer que ya hemos llegado a la cima o que no podemos mejorar más en cualquier área de nuestra vida. Al ser testigos de tantos fenómenos naturales y de todas las maravillas que encierra la vida en el monte nos damos cuenta que no sabemos mayor cosa sobre la biologia de las plantas, las costumbres de los animales, la explicación de las condiciones metereológicas o la ciencia de los astros, pero es no nos impide sentir ese bienestar indescriptible, esa paz interna, ese regocijo constante y ese asombro permanente al estar rodeados de tantos prodigios que nos brinda la selva. Debemos dejar de preocuparnos por querer saber tanto y empezar a interesarnos en sentir más, así dejaremos de analizar la vida desde la razón y empezaremos a contemplarla desde el corazón. Al notar que cada día nos alcanza para cocinar, buscar leña, recoger frutos, bañarnos en el río, realizar grandes caminatas, lavar ropa, hacer artesanías, perseguir animales, jugar ajedrez, hablar carreta y para muchas labores más, entendemos que es necesario expulsar la pereza de nuestra vida, no volver a decir nunca más: “es que no tengo tiempo”, dejar tanta quejadera y organizarnos de tal manera que seamos más eficientes y podamos sacarle el máximo provecho a cada instante del día. Nuestra mente y cuerpo tienen un potencial de aprendizaje impresionante, de nuestra disciplina depende que lo utilicemos. Cuando caminamos por la manigua y observamos ese verde infinito caemos en cuenta que cada planta allí presente inicialmente fue una pequeña semilla, que tuvo que esperar a que el viento o algún animal la llevara al terreno adecuado, luego tuvo que aguardar a que las condiciones de humedad fueran las adecuadas, posteriormente a que la tierra se nutriera, después de eso a que recibiera la luz solar necesaria y por muchas situaciones más para poder finalmente germinar. Comprendemos así que no somos nosotros los que determinamos el tiempo y asimilamos la importancia de la virtud de la paciencia, de dejar los afanes a un lado y de disfrutar de cada proceso. Cuando notamos que un árbol caído nos permite el paso por encima de un río, que un animal murió en un lugar preciso que necesitaba alimentarse con los nutrientes de su cuerpo descompuesto o nos enteramos que un insecto que parece insignificante es vital para el equilibrio de alguna zona entendemos que cada existencia tiene un sentido definido, el cual viene establecido por el universo, no por nosotros, así que dejamos de darnos mala vida pretendiendo forjar nuestro futuro a nuestro acomodo, y nos permitimos la maravillosa oportunidad de fluir dentro del cosmos. Cada vez que miramos una planta y notamos cómo se esfuerza por aprovechar los recursos que le da la naturaleza para sacar lo mejor de ella, pero observamos también que ninguna da frutos para sí misma, comprendemos que estamos en este mundo para servir a los demás. Para eso debemos dejar de criticar y fijarnos en lo que hacen los otros y preocuparnos por corregir nuestros propios errores, cuidando nuestro organismo de vicios y malos hábitos y, sobretodo, limpiando nuestra mente de rabias, odios, venganzas y ese maldito síndrome de insaciabilidad que nos lleva a ese inconformismo permanente y a siempre querer lo que no poseemos, generando en nuestro pensamiento envidias, depresiones, competencias absurdas y una desesperación constante que nos carcome el alma. Y, lo más importante, cuando contemplamos la enormidad del paisaje selvático y del firmamento y nos damos cuenta de lo pequeñitos que somos, aprendemos a valorar el milagro de la vida y comprendemos que debemos ser humildes, no sentir que estamos por encima de nadie, soltar todo aquello que nos alimenta el ego, la soberbia y la vanidad y desde lo más profundo de nuestro ser aferrarnos a Dios y a la Pachamama en cada instante de nuestra existencia para llenarnos de amor y saber expresarlo en toda acción que emprendamos.
Las tomas de yagé nos permitieron comprender un poco mejor la cosmovisión de la comunidad y su contexto social y cultural, apreciarlo y respetarlo. Desafortunadamente la planta sagrada ha sido mal utilizada por personas que no tienen la disciplina requerida y que llevan el remedio a las ciudades con fines lucrativos, sin cumplir con toda una serie de condiciones estrictas que debe tener el proceso de siembra de la planta, preparación de la bebida y las ceremonias en sí, para verdaderamente aportar en la sanación corporal y espiritual de quienes la toman.
Luis siembra el yagé en lugares ocultos dentro del monte, lejos de caminos donde puedan pasar personas para evitar que se contamine su energía. Después de cuidarlo diez años recoge la planta y la lleva al cocinadero, que también se encuentra en un lugar escondido de la selva y allí tiene jornadas extenuantes de muchas horas, ya sea cocinando la bebida o majando el bejuco, ya que también puede prepararse crudo. Además de estas cuestiones logísticas hay una serie de condiciones espirituales que hacen parte de los secretos que han mantenido los abuelos desde hace siglos y él las conoce producto de su estudio permanente con ellos y con la misma planta. En las ceremonias también sigue unos pasos rigurosos y tiene todos los cuidados posibles, porque la bebida es poderosa y si no se administra adecuadamente puede afectar negativamente a los que la toman. El mayor, con bastante pesar, teme que el yagé esté condenado a la misma suerte de la marijuana, que aunque alguna vez la tuvo, ya perdió toda su espiritualidad.
La corta vida en el monte nos permitió conocer de manera fehaciente la enorme diferencia que tenemos con estas comunidades. Su desarrollo depende de la armonía que tengan con la naturaleza, por eso todos los habitantes de forma innata adquieren conocimientos que les ayudan en su cotidianidad. Algo tan simple como el paso de animales cuadrúpedos no habituales por sus tierras suele ser una indicación de algo concreto, al igual que un canto especial de un ave. De hecho, para el que conoce muy bien la zona, los sonidos de las chicharras, orugas y grillos hacen las veces de reloj en las horas de la noche, ya que dependiendo de la fase de la luna emiten cierto sonido en un momento determinado, así que se puede establecer la hora exacta al saberlos escuchar.
Con la ayuda del yagé muchos taitas alcanzan niveles muy ricos de conocimiento del entramado selvático, que les permite liderar sus resguardos y aconsejar curacas para beneficio de toda la comunidad. Esta sabiduría ancestral se ha ido perdiendo y esos efectos se evidencian en cuestiones profundas dentro de las etnias de estas regiones y también en situaciones de orden práctico. Por eso cuando una abuela de la región cercana a Siberia que estudiaba la ciencia de los guacamayos falleció, estas hermosas aves se fueron con sus maravillosos colores hacia las palmas de canangucha que hay en otros lugares y se prestan más a sus necesidades. Se sabe también que cuando fallezca un taita que ha vivido siempre en el monte, sin salir a los pueblos, los peces de los ríos de su resguardo, que abundan, van a marcharse y se dificultará la pesca, ya que nadie más ha tenido la disciplina de estudiar dicha ciencia.
Los últimos días de esta maravillosa experiencia pasan con una enorme satisfacción por tantas bendiciones recibidas y totalmente abrumado por lo que el yagé me permitió experimentar. Es increíble todo el poder y la sabiduría que posee esta planta, capaz de mostrarnos una realidad totalmente diferente, de regañarnos con tanto rigor y a la vez con tanto amor, de conectar tantos cabos sueltos que hemos acumulado, de mostrarnos un pedacito del infinito que hay oculto en nuestra mente y de armonizar nuestra vida con tanta contundencia de una manera que nisiquiera podemos expresar con palabras. La confianza generada con el mayor y su esposa nos permitió conocer mucho más de lo que pensamos antes de iniciar esta aventura, además de contar con sus valiosos consejos e interpretaciones de lo que el remedio nos mostró en nuestro interior. Fue hermoso compartir con ellos y con otras personas de la ciudad e inclusive extranjeras que tomaron la decisión de marcharse a la selva y conformar esta maravillosa familia de yagé. Aprovechamos para realizar las últimas caminatas por la manigua, en las que pudimos sentir la atmósfera de la selva donde el paso humano ha sido mínimo y percibir todos los espíritus de sus árboles y plantas aplicándonos rapé, otra medicina ancestral indígena compuesta principalmente por tabaco molido, que se sopla nasalmente y genera un periodo corto pero muy fuerte de concentración, donde se tienen pensamientos muy nítidos gracias al silencio interior que produce. Estos recorridos por la montaña nos llevaron a cimas que hacen las veces de miradores, donde tuvimos una hermosa vista del horizonte, que proyectaba un verde intenso interminable, pero también zonas enormes donde la mano humana ha derribado árboles sin piedad para ganadería o para plantaciones de coca. Al ver esto recordamos que estamos en una zona que actualmente no es roja, pero que históricamente ha tenido participación de guerilla y paramilitares, con todas las nefastas consecuencias que esto ha implicado. Es muy triste que esta planta, que aún tiene su espíritu y su ciencia y que ellos utilizan para mambear y proveerse de energía y alimento para sus extenuantes jornadas de trabajo, haya sido desviada para producir tanto mal alrededor del mundo.
Así como el maestro Héctor Ochoa, en este viaje aprendimos que el dolor y la alegría son la escencia permanente de la vida. Por eso el mayor me despidió con una curación con ortiga, para cerrar mi ciclo en el Putumayo limpiando mi energía y recordándome que la selva nos pone a sufrir un poquito antes de generarnos esa incomparable sensación de bienestar. Esta experiencia fue una recarga maravillosa para volver a la ciudad cero kilómetros, con una conexión muy fuerte con la naturaleza, con muchas ideas y un inmenso deseo de seguir aprendiendo a aprovechar cada instante de esta hermosa vida. Sólo me resta decir pai pai, el término con el que ellos agradecen pero que no traduce una palabra tan simple como “gracias”, sino que significa algo mucho más hermoso y completo: “que la tierra se lo devuelva”. Pero antes de decir Chi gai ko, que es la manera en que ellos se despiden, debo invitarlo, apreciado lector, a que si decide regalarse este espectacular viaje o experimentar el remedio sagrado del yagé, olvide tanto como pueda de la introspección que aquí he compartido con usted, porque el proceso de cada uno de nosotros es único, así que lo que usted va a experimentar y a sentir será totalmente diferente a lo que cualquier otro haya podido expresar, y el objetivo es que ud emprenda su propio camino, responda sus propias preguntas, llene sus propios vacíos, enfrente sus propios demonios y viva a su manera cada aprendizaje que la madre naturaleza decida entregarle.
Excelente profe