El primer ensayadero al que fui. Lugar donde se ha dado vida a infinidad de proyectos musicales y que durante más de dos décadas, ha sido siempre uno de los de mayor renombre en Bogotá. Es común ver bandas de cualquier género musical entrar y salir del establecimiento, cualquier día de la semana sin importar la hora; mañana, tarde o noche.
Recuerdo que aproximadamente desde el año 2004 o 2005, empecé a reunirme con amigos del colegio para ensayar en las salas de Jam Session. Lo que no tengo claro es el motivo por el cual empecé ir allá y no a otras salas de ensayo.
Tal vez fue por la conveniente ubicación del establecimiento, central para la mayoría de las personas con las que toqué. El espacio siempre me pareció adecuado, mucho mejor que los depósitos en los sótanos de conjuntos residenciales a los que estaba acostumbrado en mi adolescencia, y claramente no habría problema con los vecinos por el ruido, como era el caso en la mayoría de las casas de mis compañeros de banda.
Tampoco había que preocuparse por la logística de transportar, instalar y desinstalar amplificadores, batería, micrófonos, bases de micrófonos/teclado, etc. Era lo máximo entrar a una de las salas de Jam y encontrar amplificadores enormes de marcas reconocidas, así como baterías divinas, de muchos colores, tamaños y formas. “Uy, esto va a sonar poderoso.”
Tal vez es la amabilidad que caracteriza a su dueño y fundador, Álvaro Arango, más conocido como Coque, baterista y roquero consagrado, con varias décadas de actividad en la escena musical colombiana. A través de los años he sido testigo de los esfuerzos de Coque por expandir y mejorar las diferentes salas de ensayo y sus equipos, así como por ofrecer servicios adicionales, como grabación, cubículos de estudio para bateristas e incluso en una época se hacían pequeños conciertos allí, en ese local de la 86 con 14.
Después de la pandemia, Coque se ha adaptado a la “nueva realidad” y hoy día sigue abriendo sus puertas a infinidad de bandas que necesitan de un espacio para reunirse, practicar y ensamblar sus canciones. Y qué rico que es tocar allá, por el antes, durante y después del ensayo.
No estoy seguro si alcancé a ir a Jam Session con alguno de los primeros experimentos de banda que tuvimos en el colegio. Tocábamos covers de rock y metal (como nuestro amado y siempre nostálgico tributo a Guns n’ Roses, con el que participamos en varios eventos escolares), pero definitivamente fue el lugar donde empezamos a ensayar semanalmente con la primera banda con la que escribimos canciones propias: Primrose Path, hace por lo menos 15 años.
En un comienzo nos reuníamos en una casa para escribir canciones. Para mí serían las primeras sesiones en las que “creaba” melodías y letras propias, altamente influenciadas por nuestras bandas favoritas de la época, en lo que se podría catalogar como una especie de Death Metal melódico.
Una vez tuvimos la banda completa, que incluía un vocalista gutural y una vocalista femenina, dos guitarras, teclado, bajo y batería, empezamos a ir a Jam Session para ensayar lo que sería nuestra primera presentación en vivo, en la Lunada del San Carlos del año 2005.
Quisiera recordar un poco más de esas primeras experiencias que tuvimos como banda “estable,” pues a medida que pasa el tiempo uno comprende que tener una banda no se trata solo de reunirse y tocar, sino que es todo un experimento social y organizacional. La simple tarea de: coordinar a cinco o más personas para que vayan a ensayar a una hora específica de la semana, que tengan cómo llegar, semipuntuales, con el repertorio claro, y hasta para hacer la vaca para pagar el ensayo al final, puede ser desgastante después de un tiempo, pero siempre tiene que haber alguien que se “ponga la 10.” Y si hay más de uno con la disposición de hacerlo, mucho mejor. El problema es cuando parece que pueden pasar semanas sin progresar y nadie se inmuta. O esperan que todo se haga solo. Para mí, Jam Session fue una escuela en muchos sentidos.
Afortunadamente en esta banda siempre nos llevamos muy bien, gracias a que no había personalidades conflictivas o problemáticas y había disposición, muchas ganas de tocar y camaradería. Después de algunas salidas y llegadas de miembros de la banda, Primrose se disolvió cuando cursábamos los primeros años de Universidad.
Creo que hubo una gran cantidad de conocimientos nuevos y vivencias adquiridas desde la primera vez que entramos a ensayar, hasta el último ensayo de Primrose en Jam Session. Cosas que ahora se dan por sentado, como poder entrar a una sala de ensayo y configurar todo por cuenta propia casi que sin pensarlo, aprovechar las dos horas de ensayo de la manera más eficiente, poderse comunicar en un entorno donde se va a hacer más ruido del que uno está acostumbrado y cómo no, aprender a cuidar cada herramienta que se usa para hacer música, pues si está en buen estado, más tiempo la podemos disfrutar/aprovechar. Todo eso hizo de éste un aprendizaje muy valioso para lo que vendría después.
Por la época en la que iniciaba la carrera de Estudios Musicales en la Javeriana, creamos un proyecto de rock en Español llamado Diatónica. Los ensayos de esa época los recuerdo con mayor claridad, no solo por ser más recientes, sino porque ya contábamos con mejores dispositivos electrónicos para grabar el audio de las canciones que estábamos trabajando. Era un proceso creativo muy diferente a lo que estaba acostumbrado, lo cual iba a resultar siendo algo de inmenso valor para alguien que aspiraba a hacer de la música su profesión.
Allí estuvo Coque para recibirnos muchas veces, además que él ya conocía a algunos de los otros miembros de este nuevo proyecto (y de los que no conocía también se volvió amigo), por lo que siempre nos sentimos en casa.
Diatónica estaba conformada por estudiantes de música, lo que hacía que las sesiones fueran tal vez más organizadas y enfocadas en cosas puntuales, no solo ir a tocar el repertorio de comienzo a fin durante dos horas. Se podían poner en práctica, poco a poco, conceptos teóricos que se veían en clase, y que hacían que tuvieran sentido, por ejemplo, acordes y progresiones armónicas que ya conocía de canciones populares.
Creo que en esta época pude empezar a desarrollar habilidades que antes no contemplaba en esas mismas salas de ensayo, como hacer voces de apoyo (coros) mientras tocaba la guitarra, o por qué no, hacer ruido con la batería u otros instrumentos en algún break o mientras esperaba a los otros integrantes de la banda. Explorar subgéneros de rock que antes había despreciado. También reconocí la importancia del sonido y el tono, algo que se me ha dificultado siempre por una discapacidad auditiva de nacimiento, así como la delicadeza con la que se debe mantener el balance entre los diferentes instrumentos, y hacer que sobresalga la voz por encima de lo demás.
Siempre será llamativo para mí pensar que pasé de una banda con un vocalista gutural, a la dulce voz de Ines Elvira Rueda para este proyecto de rock pop, que ideamos con Enrique Chamás y Felo Díaz, y del que participaron excelentes músicos y amigos.
Si no es Coque quien se asegura, antes de empezar cada ensayo, que cada quien tenga lo que necesite y que estemos satisfechos con el sonido y los equipos, siempre hay una persona encargada de hacerlo. Para este proyecto necesitábamos de al menos tres micrófonos, pues la idea era que todos cantáramos, lo cual fue una de las cosas más interesantes para mí.
-“¿Todo bien muchachos? ¿Necesitan otro micrófono? ¿Un cable? ¡Claro que sí! Ya se los traigo.”
Creo que todas las personas que han trabajado allí le han dado al menos una idea básica a infinidad de músicos aficionados de cómo utilizar una consola, un amplificador o algo tan simple como ajustar una base de micrófono o un platillo de la batería. Muchos de los adolescentes que entraron por primera vez a una sala de ensayo en Jam Session hace 20 años, son hoy en día maestros en música y han creado una vida entera alrededor de las canciones y proyectos que se reunen a practicar y consolidar en esas salas insonorizadas que cada vez son más cómodas.
Este tipo de detalles, junto con el aprendizaje adquirido por experiencia, la innumerable cantidad de “horas de vuelo” acumuladas allí y el lugar en sí, siempre abierto para ir a tocar la música de la que estamos enamorados perdidamente, hacen que Jam Session sea un espacio de gran importancia para mí. El hecho de que el ensayadero siga ahí, después de tanto tiempo y a pesar de la pandemia, lo hace aun más grande.
Una de las cosas más evidentes apenas se entra a una sala de ensayo con un proyecto nuevo es por supuesto el conocimiento musical, pero sobre todo la experiencia y las cualidades humanas de sus integrantes. Me parece importante mencionarlo, porque estoy convencido que esas salas de ensayo no solo han sido testigo del progreso de muchos proyectos, sino que también han presenciado todo tipo de situaciones entre los miembros de las bandas. Una sola persona con mala actitud puede hacer que todo se vaya al piso y no haya un segundo ensayo. A mí siempre me ha parecido igualmente constructivo tocar con músicos profesionales o con alguien que esté teniendo su primera experiencia de banda. Hay gente que parece olvidar que también tuvo que pasar por un proceso de aprendizaje musical antes de llegar a donde están.
Así que por esa época universitaria tuve también un grupo de covers en los que participé más activamente en las voces. Eran músicos aficionados pero con muy buena disposición y cualidades para hacer rock. No creo que ellos sean conscientes de todo lo que me enseñaron. Además disfruté un montón tocando desde White Stripes y The Vines, hasta Cream y Black Sabbath, pasando por los Ramones e Iggy & The Stooges. No duró mucho y solo tocamos en vivo una vez, pero fueron más “horas de vuelo” en Jam Session y que aportaron, sin duda a lo que ya estaba pronto por llegar: Fulfiller.
Cuando iba por la mitad de mi carrera de música, con énfasis en Composición Comercial, me vi obligado a iniciar un proyecto diferente, pues las personas con las que contaba para interpretar mis canciones nuevas ya no estaban disponibles, por lo que me aventuré a cantar por primera vez. En mi opinión, es un proceso tanto fascinante como incómodo, porque no estamos acostumbrados a escuchar nuestra propia voz, pero una vez encontramos una identidad o voz propia y nos empezamos a sentir cómodos, se da paso a una aventura que nunca termina, porque la voz es un instrumento imperfecto que a la vez ofrece posibilidades infinitas. Con esto quiero aclarar que no creo que mi voz sea increíble, sino que ya logré sentirme cómodo con lo que hago y me gusta como se oye para trasmitir lo que quiero decir por medio de canciones de rock.
Asimismo creo firmemente que todos podemos cantar, porque de nuevo, todos tenemos nuestra propia voz y podemos encontrar estilos, timbres y rangos que se nos facilitan más y donde nos sentimos más cómodos. Es cuestión de perder la pena, arriesgarse a sacar lo que sea que tenemos dentro y claro, si buscamos asesoría de cantantes profesionales o conocedores en el tema, mucho mejor. Una vez se tenga la confianza y algo de control sobre la voz, entrar a una sala de ensayo y cantar con esos equipos de sonido, es algo indescriptible.
No han sido muchos los ensayos de Fulfiller en Jam Session, pero sin duda alguna fueron algo clave para ensamblar las canciones que interpretaría en vivo en el primer semestre de 2014, año en el que me gradué de la universidad, luego de terminar la grabación de 8 canciones propias para mi proyecto de grado. En este punto ya tenía una idea más clara de lo que significa armar una banda, aunque no por ello sea haya vuelto más fácil. Es importante al menos saber con quién se cuenta, para qué y por cuánto tiempo.
De esa época más reciente quedan algunos registros fotográficos, así como los recuerdos de haberme presentado en lugares como Hard Rock Cafe Bogotá, La Hamburguesería y Jackass Bar. Antes de cualquier toque, siempre íbamos a ensayar al menos un par de veces en Jam Session y como no, saludar al viejo Coque al llegar, que siempre lo recibe a uno con una sonrisa y si hay tiempo, alguna historia o un chiste. Luego de esas fechas, me iría un par de meses a Nueva York y no volvería a tocar en una banda en años.
En los meses anteriores a la pandemia, volví a Jam Session, ahora en la Castellana, para compartir con viejos amigos de unas sesiones de Jam en las que hacíamos covers de canciones de rock tanto en español como en inglés. Fueron muchas tardes de sábado de completa felicidad, pues tenía muchas de las cosas que más me gustan en la vida, en el mismo lugar y con personas con las que he compartido diferentes etapas.
De ahí conformamos un tributo a Misfits, que reúne de cierta forma, el aprendizaje de todos los proyectos musicales en los que participé anteriormente y a los que debo en gran medida al hecho de haber ido, horas y horas a Jam Session para practicar, ensamblar, compartir y aprender. Después de todos estos años, creo haber logrado mejorar como músico en parte gracias a Coque, sus múltiples salas de ensayo (que ya no sé cuál es cuál), infinidad de amplificadores y cabezotes de grandes marcas que nunca habría disfrutado si no fuera a una sala de ensayo y por último a todos aquellos con quienes compartí al menos una vez un ensayo en este recinto, que ya es prácticamente una institución de la escena musical bogotana. ¡Larga vida al rock, viejo Coque!