Del Full Moon Party a la terminal.
Del Full Moon Party a la terminal.

Del Full Moon Party a la terminal.

Thailand

Todo empezó con una increíble y descontrolada pelea adolescente entre los empleados del bar, donde se desarrollaba la famosa “Pool Party” que habíamos esperado ansiosamente, y nosotros, los adolescentes inmaduros y ávidos de peligro.

Antes de entrar en materia y para contextualizar un poco, habíamos llegado en compañía de mi gran amigo desde el colegio Oscar Felipe Rueda, después de un largo viaje por tierra desde Beijing. Era Julio de 2008, justo antes de que China lograra sus grandiosos Juegos Olímpicos, que finalizaron de gran manera la visibilidad que querían darse ante el mundo.

Habíamos recorrido más de 6,000 km por tierra pasando por todo Vietnam, cruzando Cambodia, parando en Bangkok y finalmente llegando a la anhelada isla de Ko Pha Ngan, donde infantilmente creíamos que íbamos a comernos media Europa, antes, durante y después del Full Moon Party. Ahora que lo pienso, lo creíamos, o al menos yo, debido a ese programa tan entretenido para muchos de nosotros, y de nuestros alborotados sexos, que se llamaba “Wild On“, el cual alimentaba las fantasías sexuales de muchos durante los viernes en la noche como una especie de soft porn.

Volviendo a esa noche del pool party, me encontraba yo frente a la barra pidiéndole a gritos su atención al no muy amable bartender, tailandés de baja estatura, bozo poco poblado, panza cervecera y uñas sucias y extensas. Cuando finalmente decide atenderme, le pido un suculento “bucket”, el cual constaba de un balde plástico repleto de hielo, un cuarto de botella del licor de su elección (whisky, ginebra, vodka) y gaseosa.

Cuando al fin me atiende le pago con un billete de ฿1,000 Baht, de los cuales debía recibir ฿900 de vuelta, cuando para mi sorpresa este desagradable personaje me devuelve tan solo ฿90 (en aquel entonces estos ฿900 podrían ser fácilmente 2 o 3 días más de fiesta). Es allí cuando empiezo torpemente a pedirle, a gritos de nuevo, que me devuelva los ฿810 que hacen falta, pero la única respuesta que recibo es una deliciosa y perfectamente aterrizada cachetada en mi cara.

Salgo altamente ofuscado después de intentar inútilmente que este hampón me devolviera mi dinero y me encuentro con otro colombiano que está con nosotros y que hacía parte de la delegación de gomelos, digo, afortunados hijos de papi como nosotros, que estaban allí, digo allí en Asia porque ellos vivían en Beijing, por cuenta de papi, “estudiando” mandarín. El muy brillante compañero de apellido Gallo me aconseja volver al ruedo y pedir de nuevo mi dinero, pero esta vez se me recibe aun mejor, con las garras del mismo sujeto en mi cuello. Cuando me doy cuenta que la cosa es seria con estos locos (tiempo después leería que el tailandés es un ser peligroso por naturaleza, y que es mejor no meterse en peleas con ellos), logro zafarme de sus pinzas que rasgan mi cuello y camiseta, y siento dos golpes fuertísimos sobre mi cabeza.

Al salir al patio tras la acaloradísima discusión, me doy cuenta que me han roto una botella en la cabeza y que brota sangre de la parte posterior de ésta. Alarmado, corro hacia donde están mis demás compañeros de aventura sobre la playa para contarles lo sucedido, cuando uno de los tailandeses aparece de la nada embistiéndome con un bombillo de neón. Al tratar de responder de alguna forma, me asestan otro gran golpe en la cabeza y pppiiiiiiihhhhhhhhhh……..pierdo el conocimiento por algunos segundos y me levanto airadamente preguntando qué había pasado, a lo que me responden contándome que uno de estos locos me ha puesto otro golpe en la cabeza pero ahora con un palo, un palazo en la frente!

Tras recobrar la compostura, y ahora con un chichón en la cabeza y una herida en el tobillo (recuerden esta herida) decidimos huir de la fiesta, perseguidos por estos siniestros isleños sudesteasiáticos. Como la cosa parecía mas seria de lo normal, decidimos entrar a un Seven Eleven buscando protección para que llamaran a la Policía, la cual llegó algunos minutos después en forma de un isleño con un uniforme bastante precario que pedía que saliéramos del establecimiento, a lo cual, por supuesto, nos negamos. Una vez adentro, decidimos armarnos de botellas, viendo que la situación era ya casi de vida o muerte, pero el policía logra contra todo pronóstico convencer a nuestros perseguidores a renunciar a su empresa de quién sabe qué hacer con nosotros y después de una larga espera y ya sobrios, después de tanto alboroto, nos logramos regresar en nuestras motos alquiladas al bungalow.

Al día siguiente, hacia el mediodía, la hora de partir de vuelta a Colombia había llegado. Para ello, debía tomar un ferry a tierra firme, un bus de 10 horas a Bangkok, un avión de Bangkok a Shenzghen, China, de ahí otro vuelo a Shanghái y coger el tren de alta velocidad hasta el centro para recoger mi maleta en el hotel, donde había dejado varias pertenencias para alivianar la carga del viaje. De Shanghái Pudong partiría a París en un hermoso vuelo en Business Class por Air France y otro igual de París a Bogotá. Era toda una travesía de vuelta, básicamente dos días de viaje por tierra, mar y aire.

Después de la primera parte de la travesía en ferry y bus, decidí hacer una parada en el hostal donde nos habíamos hospedado en Bangkok para una buena ducha, una siesta y una reorganización de mi maleta para continuar con la travesía. Al llegar a la recepción del hostal para pagar las horas que iba a estar ahí me encontré con la inaceptable sorpresa que gran parte del dinero en efectivo que tenía había desaparecido (porque desafortunadamente ya había perdido la billetera en Vietnam y solo contaba con dinero en efectivo que mi amigo muy generosamente me había prestado: tenía dólares, euros, yuanes, bahts, dongs y rieles camboyanos. Estos dos últimos no valían nada). De igual manera decidí pagar pensando que el dinero estaba en otro lugar y subí a mi habitación rápidamente para seguir buscando.

Resulta que durante el viaje en bus, y como buen turista primíparo, dejé todo mi dinero dentro de una especie de cartera, donde también cargaba mi pasaporte y mis tiquetes. No fui lo suficientemente precavido y al bajarme para estirarme un poco en una de las paradas del bus, muy seguramente mis amigos tailandeses del bus me sacaron todo, menos los bahts. Muy considerados ellos, habían dejado intacta su moneda local. Como diríamos en Colombia, me dejaron pa’ el bus; así de alto era el valor de esta moneda en ese entonces.

Lo más irónico del asunto es que me dejaron lo necesario para continuar con el viaje. Finalmente, después de mucho revolcar mis pertenencias, efectivamente me habían robado los euros y los dólares que tenía y los cuales sumaban una cifra nada despreciable. Contaba entonces solo con unos miles de bahts que me alcanzaban exactamente para: comprar algo de comer, coger un taxi al aeropuerto Suvarnabhumi de Bangkok, en Shanghái irme hasta el centro para recoger mi maleta y volver al aeropuerto. La comida tendría que esperar hasta entrar al salón VIP del Air France y disfrutar de las mieles de mis vuelos en Business Class de regreso a Colombia.

Al llegar a China para hacer mi proceso de inmigración recibo otra sorpresita. El agente de inmigración me dice que mi visa está vencida y que no tengo más entradas (yo había pedido dos entradas y en teoría me quedaba una, pero por temas de los Juegos Olímpicos me la habían dado por menos tiempo del que había solicitado y nunca lo revisé cuidadosamente). Debían devolverme en el vuelo de Air Asia de vuelta a Bangkok. Tristemente y después de intentar inútilmente persuadir a los agentes de inmigración, éstos me devuelven en el mismo vuelo de regreso a Bangkok.

Recibí un fuerte aplauso de los pasajeros al ingresar al avión, supongo que pensaban que el vuelo estaba retrasado por culpa de un desconsiderado occidental que había llegado tarde. Mi estado era tan deplorable, estresado, preocupado, triste, cansado y cascado, que la azafata me ofrece un pastel de carne, lo cual sería mi única comida durante las siguientes 40 horas, sin costo, algo muy curioso teniendo en cuenta que en estas aerolíneas de bajo costo no daban ni un vaso de agua gratis.

Al llegar a Bangkok de nuevo a eso de la media noche y con mi visa de Tailandia también vencida, decido comprar impulsivamente un vuelo al siguiente día de $1,200 USD (con la tarjeta de mi padre que me sabía de memoria) de Bangkok a París para lograr coger mi segundo vuelo, ya que claramente el primero, de Shanghái a París y mi maleta, que se encontraba en el hotel, se habían perdido.

Al día siguiente me despierta muy temprano un vacío en el estómago enorme, pero no de hambre sino de angustia. Mi vuelo hacia París debía salir en la noche por lo que debía esperar todo el día. Decidí entonces solo hacer dos cosas, leerme el librito que había comprado en Cambodia “First They Killed my Father” y que no había siquiera abierto, y tomarme mis pastillitas de Mareol, así que mi día entero transcurriría entre periodos de lectura y otros de sueño.

Mi madre, sabia como todas las madres, me había dejado guardados en un pequeño monedero algunos euros en monedas “para alguna urgencia”, cosa que reaciamente acepté. Gracias a este pequeño detalle logré cambiar las monedas con unas francesas que se encontraban en la misma sala de espera por euros en billetes, para poder cambiarlos en la casa de cambio a bahts y así para poder comprar una tarjeta de internet/llamadas y algo de tomar.

Transcurrido uno de los peores días de mi vida, y en compañía de un agente del aeropuerto que me había confiscado el pasaporte (porque me encontraba ilegalmente en ese país), me presenté en el counter de Thai Airways para abordar mi vuelo y ¡oh, sorpresa! mi tiquete no pudo ser validado, el cobro de la tarjeta había sido negado y no podía abordar el avión. Pero, ¡qué bofetada en la cara estaba recibiendo de nuevo! Ahora debía pensar bajo la abrumadora capa de estrés y preocupación cómo demonios regresar a Colombia.

Lo único claro es que no podía rendirme ante el desespero y no lograría nada llorando y enloqueciéndome. Lo único que se me ocurrió inmediatamente fue llamar a mi casa, sin saber que eran las 5:30 AM en Colombia. Al contarle al borde de la locura a mi padre la situación, éste muy serenamente y explicándome que el cobro de la tarjeta había bloqueado la misma por haber sido sospecha de fraude, debía esperarme un par de horas para poder ver qué se podía hacer para resolver mi situación, y que yo solo podía calmarme, esperar y revisar el correo en un par de horas.

Gracias a mi amigo, el Mareol, logré conciliar el sueño de nuevo y volví a despertar en la misma sala de espera que se había convertido en mi hogar de paso. Ansiosamente fui a revisar el correo para ver qué había logrado solucionar mi padre y éste muy diligentemente había logrado conseguir un tiquete de Bangkok a Paris por millas de nuevo en Business Class para que su adorado retoño pudiese comerse un plato de comida decente y beberse lo que quisiera hasta la saciedad/enfermedad.

Durante todo ese día estuve circulando como zombie por el ala internacional del aeropuerto Suvarnabhumi soñando con lo que me iba a comer en la noche en esa sala VIP y sentándome cada tanto en el piso a seguir leyendo este libro, el cual narra las atrocidades del régimen comunista camboyano en los años 70 y el cual asesinó a casi 1/4 de la población, y que extrañamente, resultó excepcional para pasar las largas y muy angustiosas horas que transcurrieron en esa pesadilla.

Para el momento en que me presenté al counter de Air France ya llevaba casi 48 horas allí, únicamente habiendo consumido dos botellas de agua, un pastel de carne y un Pad Thai. Creo que es natural que la mente en esos momento de estrés se olvide del hambre y la sed y se concentre en la supervivencia.

El vuelo hacia París salía a eso de las 10:00 PM, ya había logrado sobrevivir otro día. Al llegar al counter de nuevo presento mi reserva y mi pasaporte y el amable agente de Air France me pregunta por mi tiquete de París a Bogotá, el cual evidentemente no tenía, porque mi padre solo me había logrado conseguir ése y estaba trabajando en como conseguir el otro. Mi respuesta entonces fue que no lo tenía, que una vez llegara a París seguramente mi padre ya me tendría una solución, lo cual pensándolo hoy en día fue bastante poco inteligente. Por supuesto, las situaciones siempre parecen fáciles de resolver una vez pasan. Siempre somos más inteligentes después.

Pues resultó una vez más rechazado mi intento de abandonar ese país. Pareciera que la vida estuviera castigándome por mis múltiples pero banales pecados hasta la fecha. El agente amablemente me explicó que sin un tiquete de París a Bogotá no podía dejarme subir al avión y que debía conseguir todo el recorrido hasta Bogotá para poder aceptar mi huida de ese infierno. Una vez más tuve que regresar a mi “spot” en la sala de espera, que ya debía tener la horma y el hedor de mi cuerpo. Volví a llamar a casa para rogarle a mi padre, bastante desesperado y casi que a gritos, que me ayudara a regresar como fuera. De nuevo, éste me tranquilizó y me dijo que haría todo lo posible y que volviera a revisar al otro día el correo. Por tercera noche consecutiva acudí a mi ritual: Mareol pa’ dentro, trago de agua y hasta mañana.

Recuerdo que esa mañana me levanté derrotado y resignado, pero con la actitud de “qué hijueputas, esta es la vida“. Entré al baño público a lavarme los dientes mientras veía a la gente entrar y salir, pensando que ellos no tenían ni idea que el indigente que se encontraba lavándose los dientes ya llevaba tres miserables días ahí encarcelado. Me revisé la herida que tenía en el tobillo (la cual anteriormente había mencionado que recordáramos) y estaba completamente infectada. Mi media y la costra que se estaba formando eran un solo coágulo de color marrón verdoso, el dolor estaba aumentando y el tobillo se me estaba hinchando cada vez más, pero para ese momento esto era el menor de mis problemas, así que lo dejé tal cual.

Entré al café internet habitual para revisar mi correo y abrí el correo de la redención. Tenía por fin los tiquetes confirmados de Bangkok a París, de nuevo en Business Class por millas, (GRACIAS PAPÁ), de París a Caracas y de Caracas a Bogotá. Mi alegría a pesar de ser infinita se confundía con mi actitud de resignación. Tendría que esperar hasta las 10:00 PM de nuevo para saber si por fin iba a coronar o no. No me hacía ilusiones.

El día transcurrió como siempre, caminando por las salas de espera y sentándome de vez en cuando a terminar el libro y a dormir para olvidar lo que estaba pasando. Dormir para mí siempre fue la única forma para escapar a la realidad, que muchas veces era demasiado dolorosa de enfrentar. De pronto por eso me volví todo un maestro en dormir bajo cualquier circunstancia. Llegó la noche y con mis tres reservas en mano y los nervios hasta las pelotas me presenté de nuevo en el counter de Air France.

Después de una minuciosa revisión y una espera que pareció eterna bajo el tecleado constante del agente, el señor me imprimió mis anhelados pasabordos de Bangkok-París y París-Caracas. Pero qué dicha, casi le doy un beso a este señor. Por fin iba a poder largarme de ese país que no me había tratado tan bien, y además podría comer y beber lo que se me diera la gana. Creo que lloré de la felicidad, o al menos así lo recuerdo, pero bien puede ser una invención de mi mente para hacer ese momento más emocionante. Como era de esperarse, entré a la sala VIP. Nunca había entrado a algo parecido, y arrasé con los mini sánduches y postres. Naturalmente también me tomé un Jack Daniels para celebrar, el cual me embriagó instantáneamente.

Era obvio, después de tres días casi sin comer, estos excesos fueron una bomba en mi estomago y me dejaron completamente Directv, a.k.a. con una leve gastroenteritis. Tuve que entrar varias veces al baño dentro del avión, pero eso nunca me impidió aceptar absolutamente todo lo que me ofrecía el auxiliar de vuelo. “Champagne, monsieur?“……”Obvio!!, sí a todo lo que me quiera dar, merci beaucoup“. Era tal mi felicidad que casi asalto el plato de la niña india que se encontraba al lado mío y que le había hecho el feo a un delicioso tartar de langostinos. Debía ser tan evidente mi estado de miserablesa que no dudó en regalármelo, sin disimular por un instante su repugnancia.

Habían transcurrido más de 92 horas desde que había sido deportado de China. Con una diarrea medianamente fuerte, la cual nunca impidió que siguiera comiendo, sin haberme bañado en 4 días y un poco cojo ya, debido a la herida en el tobillo, vi a mi padre y a mi madre por entre la vieja puerta corrediza de vidrio que separaba la helada Bogotá de la llegada de vuelos internacionales en el antiguo aeropuerto El Dorado. Estaban justo al frente de la salida, casi encima de las bardas grises, las mismas que se usan en el estadio El Campín y las cuales colocaban al salir de la puerta para direccionar a los pasajeros por un camino donde siempre era difícil ver si el que lo iba a recibir a uno se encontraba o no entre tanta muchedumbre, que chiflaba y gritaba diferentes nombres o “papi/papito” para saludar a sus seres queridos.

Nunca fui una persona muy afectuosa pero esta vez sí recuerdo haber saltado a abrazar a mis padres sin importar la pena ni el estorbo que estaba generando en la salida. Por fin había regresado de esta aventura que jamás olvidaría. Aquel día sí lloré de la felicidad al verlos y al ver a mi madre tan consternada, mi padre un poco más firme y tragándose también sus lágrimas, nos hizo caer en cuenta que estábamos haciendo trancón en plena salida.

Justo al entrar al carro y mostrarles el estado de mi tobillo, tuvimos que irnos a Urgencias para poder limpiarme el tatuaje que me iba a quedar y el cual conservo aún, ahora sí con mucho orgullo. El médico que me limpió la herida, después de contarle sin muchos detalles que me la había hecho con un supuesto coral en una playa de Tailandia, sonrió diciéndome: “Y, ¿Cómo le pareció Tailandia? Yo estuve hace poco. Es hermoso, ¿cierto?”. Ni siquiera me molesté en responder.

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