VARUNA – ASSI · BENARES
Llegamos por primera vez a la antiquísima, afamada y quizás demasiado sagrada Benares, o como se le conoce en la India moderna, Varanasi. Es Enero de 2010 en el calendario Romano.
¿Qué quiere decir “ciudad sagrada”? Pregunto, porque al llegar a la ciudad desde la estación de tren de Mughal Sarai, en uno de los infames auto-rickshaws, serpenteando entre el tráfico de animales bípedos, cuadrúpedos, con cuatro o dos ruedas, lo único que siento es mareo, náuseas, dolor de cabeza. ¿En qué me he metido? Sobrecarga de los sentidos.
Tras cruzar el majestuoso río Ganges (la Madre, Ganga) atravesamos el extremo norte de la ciudad para llegar al centro, Godowlia. Veo cientos de tiendillas callejeras, comida sumergida en aceite, con formas sorprendentes y sabores que no quiero imaginar. Veo imágenes de una deidad bebé comiendo y sonriendo, algo así como el niño Dios católico (pero de piel gris), rodeadas de luces de navidad. Veo mujeres y niños descalzos corriendo. Percibo olores que no puedo identificar pero que producen en mi mente un estallido de recuerdos… ¿o sueños? Como si alguna vez ya hubiera vivido esto, en mi temprana infancia… ¿o antes?
No puedo creer que estoy acá. Una parte mía no está enferma ni sobrecogida por el movimiento del rickshaw. Una parte mía está lista para absorber todo lo que pueda, para sumergirse en este lugar demente sin pensar en volver a la superficie.
Al llegar al cruce de Godowlia, el conductor nos baja de su vehículo. No se les permite el ingreso a la ciudad antigua. Ahora debemos caminar unos 150 o 200 metros por una avenida de dos calzadas, colmada completamente por gente a pie. Hay viajeros internacionales y peregrinos de toda India. A lo largo de esta calle, los peregrinos de clase media salen a hacer compras – ropa de supuestas sedas y algodones finos y los famosos Banarsi Saris.
Allí siempre aparecerán los buenos samaritanos que quieren conversar, ayudarte, llevarte a su local de ropa, “…o buscas hotel? ¿De dónde eres? El hotel que buscas está cerrado. ¡Ven al mío! Es de mi tío. ¿Primera vez en India? ¿Esta chica es tu hermana, novia o esposa? ¡Tengo camisas como la tuya pero muy baratas!”
La mayoría atacan en inglés, pero hay quienes pueden sorprender con un buen Castellano Español. ¡Hay que mentir! “No, llevo mucho tiempo en India. Es mi esposa. Gracias, pero no, gracias.”
Tras confiar en otro extraño que no nos quizo vender nada y seguirlo a travez de un callejón absurdamente oscuro y estrecho, llegamos a nuestro hotel. Se ve decente. La habitación es cara para nuestro presupuesto, pero está grande, medianamente limpia, y cómoda. El hotel es recomendación de la guía para turistas americanos.
Pero, ¿Qué quiere decir “ciudad sagrada”? ¿Qué tiene esto de sagrado? Estamos agotados y con hambre pero sin querer comer afuera. Mañana será diferente.
Bueno… la mañana comenzó muy temprano, tipo 4am, con el redoblar constante de campanas justo afuera de nuestra habitación. No lo sabíamos, pero nuestro hotel está justo al lado de un gran templo de Sri Brihaspati Gurudev, también conocido como Júpiter, el maestro espiritual de los dioses. Claro, vinimos por la espiritualidad, pero también hay que dormir. ¡Tenemos que cambiar de hotel!
¿Qué hace de esta una “ciudad sagrada”?
Mi idilio con esta ciudad, Kashi, la ciudad de la luz (antes que París), comenzó con aquella noche llena de confusión, dicha, incomodidad y expectativas. Con apenas 22 años, recién salido de un curso intensivo de yoga que duró cuatro meses, llegué a un epicentro cultural, religioso y energético de India.
Durante los primeros días allí, nos perdimos todos los días entre el laberinto de callejones sin nombre reconocible; probamos el infame pero muy apetecido Bhang Lassi o Special Lassi (yoghurt cremoso cargado de marihuana); probamos la comida callejera y sufrimos las consecuencias. Fuimos engañados y guiados, estafados y protegidos.
Así se experimenta esta ciudad – en polos extremos. Al caminar por los ghats (plataformas escalonadas a lo largo de la orilla del Ganges), se puede ver el amanecer espectacular al otro lado del río, niños volando cometas hechas por ellos mismos, familias bañándose o lavando su ropa, manadas de búfalos disfrutando el agua y sus cuidanderos lavándolos. La gente de Benares vive en constante comunión con su madre, Ganga, uno de los ríos más contaminados del mundo – pero en su mundo, el agua más sagrada, más limpia y perfecta.
Justo junto a la belleza se llegan a ver las escenas más horripilantes y dolorosas: adultos mayores, enfermos y abandonados, sobreviviendo a punta de miserables limosnas, limosneras profesionales que siempre cargan sus bebés en brazos, buscando turistas para mostrarles su bebé y comenzar a ‘llorar’, literalmente metiéndoles los dedos en la boca a sus propios hijos, todo el día. En el río se pueden ver cuerpos sin vida, de animales, y de humanos cubiertos en tela blanca. No es obvio, pero para el observador detallado no es difícil hallarlos.
En esta, la ciudad de Shiva (la conciencia divina que disuelve esta ilusión llamada “realidad”), la vida y la muerte andan de la mano; los sueños y las pesadillas son uno. De hecho, se borronean las líneas entre ensueño y despertar. Lo surreal es parte de la vida diaria. En lugar de promover las típicas visitas o tours turísticos, es común para los locales preguntar al turista si siente “la energía, el poder” del lugar. ¿Cómo es posible? Bueno, esto sucede cuando te sientas en un ghat cualquiera y ves la vida pasar frente a ti.
Ves grupos de peregrinos: unos de Tamil Nadu en el sur, otros claramente Punjabis y también de Maharashtra. Sus miradas tímidas al turista son muy dicientes acerca de la relación entre India y el mundo. Su gente es dulce pero reservada, curiosa pero desconfiada. De vez en cuando nos llega una mirada así, que al encontrarse con nuestra mirada, foránea pero abierta y amistosa, sonríe y saluda con dicha y casi reverencia. En esta tierra se saluda desde el alma, como niños con largas barbas blancas y turbantes.
Justo después de ese grupo de inocentes viajeros, pasa un personaje con apariencia postapocalíptica, como salido de Mad Max: tiene el pelo largo y negro, en dreads. Está vestido con una túnica negra, pero toda su piel, incluida la cara, está cubierta de cenizas, que al mezclarse con agua y después secarse sobre la piel, se tornan blancas. Su mirada no es amistosa… ni amenazante. Camina sobre sandalias de madera. Un par de minutos después, viene otro personaje muy similar. Toda su piel blanca por las cenizas, pero este solo está cubierto de la cintura para abajo por una tela negra. Tiene collares y cadenas.
Carga en su mano derecha un gran tridente metálico, brillante y elegante, del cual cuelgan dos objetos inusuales: un pequeño tambor de dos caras llamados Damaru, y una especie de cuenco o plato hondo – es la parte superior de un cráneo humano. Pertenece a una de las decenas de sectas de renunciantes espirituales a quienes se les conoce como sadhus,o más cariñosamente, babas (‘baba’ quiere decir papá).
Este hombre se acerca a nosotros, una joven pareja de colombianos en su primer viaje a India, y nos pide dinero para ir al gran festival de yogis y renunciantes: la Kumbha Mela, realizada ese año en la también sagrada Haridwar, a orillas de este mismo río, pero más de mil de kilómetros río arriba. Por algún motivo no tenía monedas, y no quise sacar mi billetera para darle mi dinero a este supuesto yogi.