El único festival europeo de metal al que fui hasta ahora, tuvo el mejor cartel que haya visto jamás. Casi treinta bandas, durante tres días, en un pequeño pueblo de Albacete, España llamado Villarobledo. Todas eran agrupaciones con gran trayectoria. Había una única tarima donde desfilarían leyendas del rock pesado y el metal, una tras otra, ante miles de fanáticos de cualquier edad, vestidos de negro y amantes de la cerveza, el tabaco y demás placeres mundanos. Sería además la primera experiencia de este tipo tanto para mí, como para mi tía y mi mamá, quien nos invitó a conocer Europa en Julio del 2003, para celebrar sus 50 años y mis 15.
Unos meses antes, ella me sugirió buscar conciertos de Iron Maiden en Europa para las fechas en las que íbamos a viajar. En esa época no había tantos conciertos de talla internacional como los hay ahora en Bogotá, por lo que era una gran oportunidad para ver artistas que nunca habría soñado en ver hasta ese momento. Me había empezado a interesar en el rock alrededor del año 2000, y luego muchísimo más cuando conocí Iron Maiden, Guns n’ Roses y Metallica. Hasta ese momento, sólo había ido a conciertos de Mago de Oz, Rata Blanca y Helloween.
Esto empezaría a cambiar unos cinco años después, cuando el Ed Force One de Iron Maiden sobrevoló sobre la capital colombiana ante la mirada incrédula de cientos de fanáticos que ya acampaban, desde hacía un par de días, afuera del Parque Simón Bolivar para verlos por primera vez un 28 de febrero. También estuve ahí, pero esa es otra historia.
No recuerdo por cuánto tiempo busqué, pero después de encontrar el MetalMania Festival 2003, sabía que era el concierto al que tenía que ir. Las fechas coincidieron. Una parte importante de la música que escucho son ese cartel de bandas metaleras. Una serie de coincidencias aleatorias forjaron mi gusto musical de tal forma que nunca podré agradecer lo suficiente por aquello que llaman destino. Empecé a desarrollar, desde ese entonces, y hasta el día de hoy, un cariño especial por muchos de los grupos que vi en ese festival. Algunos ya no existen, o se están despidiendo para siempre de los escenarios, aunque su música continuará vigente por mucho tiempo.
Nunca se me va a olvidar: el primer día vi a Overkill, Sepultura, Nightwish, Slayer, Blind Guardian y algo de Apocalyptica, que se retrasó y apenas llegó para cerrar la noche, hacia las 3 A.M. Salímos exhaustos a la calle en la madrugada del primer día del festival, mientras los cuatro chelistas finlandeses tocaban versiones de Metallica. El segundo día tenía intención de ver a Hammerfall pero ya había terminado, por lo que creo que la primera presentación que vi completa fue Barón Rojo, la cuota local del festival. Luego Saxon, antes de Iron Maiden, que había pedido cambiar el horario con Dio. Al salir estaba tocando una agrupación setentera llamada Stray. La tercera jornada no alcancé a ver a Dark Tranquillity, pero inicié con un poco de Exodus, luego Immortal, Kreator, Masterplan (ex-miembros de Helloween), Stratovarius y el cierre ideal con Lemmy y su icónica Motörhead.
Viajamos a Villarobledo en un tren que salió desde Madrid el día anterior de que empezara el festival. Creo que mi mamá y mi tía nunca se imaginaron lo que estaban por presenciar, y no se si habrían aceptado el plan de haberlo sabido. En ese tren iban en su mayoría jóvenes de pelo largo, vestidos de negro, tatuados, con todo tipo de perforaciones, armando, enrollando y fumando cigarrillos de tabaco y marihuana. Al final del festival, a ellas les gustó la experiencia, pues se dieron cuenta que en ese entorno nadie se mete con nadie y que cada quien disfruta de estos géneros musicales “extremos” a su manera. Para no desentonar, ellas llevaban camisetas negras mías de bandas. Les gustó Slayer, Dio y Motörhead, y no sería el último de sus conciertos de rock y metal en los años que vendrían…
El hospedaje ya estaba lleno, pero conseguimos un lugar para quedarnos en un pueblo cercano que era aun más pequeño, la Roda. En ese entonces no había más de tres taxis disponibles, uno de los cuales conducía una señora, y que contratamos para que nos llevara al hotel en las madrugadas del segundo y tercer día del festival. La primera noche prácticamente pasamos derecho y fue difícil esperar el tren e intentar no quedarse dormido en la estación cuando ya estaba amaneciendo. Llevábamos cerca de 30 horas despiertos pero yo no me había dado cuenta por la emoción que tenía desde bien temprano. Habíamos madrugado para reclamar las boletas y hacer fila. No recuerdo por cuánto tiempo esperamos, ni qué tan larga era la fila, pero apenas entramos, corrí lo más que pude y logré llegar hasta la baranda. Alcancé a quedar con mi mamá y mi tía en encontrarnos en la zona de comidas más tarde.
*al ver la programación recordé que la banda que abrió fue Rebellion y no Overkill pero no tengo memorias de ellos. Buena oportunidad para (re)conocerlos.
La primera banda que recuerdo ver fue Overkill, de la que solo conocía su canción “Fuck You”. En ese viaje compré el DVD Wrecking Everything de ellos en concierto. Me llamó la atención la energía y presencia en el escenario del vocalista, Bobby “Blitz” Ellsworth, así como la contundencia y velocidad de su base rítmica (bajo y batería). El guitarrista, como me iba a acostumbrar con cada banda que se presentaría en esos días, vestía jeans o shorts negros, por el verano, que hacía juego con la camiseta de la banda mientras agitaba su melena, que le cubría la cara, mientras concentrado desplegaba un virtuosismo impresionante.
Son una banda ochentera de Nueva Jersey, considerada una de las grandes del Thrash, género del cual me gusta su sencillez en la puesta en escena. Jeanes y camiseta negra. Tal vez un cinturón de balas de ametralladora o taches. Los tipos de suben a tocar duro y ya, así de simple. En este momento escucho un recopilatorio del Wacken en el que Overkill, con canciones como “Electric Rattlesnake”, “Ironbound” y su éxito “Rotten to the Core” demuestran el por qué de su prestigio internacional. Aun vigentes en 2022. Un comienzo del festival ideal.
Después de esta presentación, creo que me hice un poco más atrás para buscar a mis compañeras de viaje, pero quizás me quedé a medio camino porque a continuación seguían Sepultura y luego Nightwish. Un contraste grandísimo. Primero, la agresividad del grupo brasilero fundado por los hermanos Cavalera. En esa época ya Derrick Green era el vocalista: un hombre grande con dreadlocks cantando gutural. “Rooots, bloody rooots.” Más imponente imposible. Fast-forward unos 16 años después y estoy tocando Refuse-Resist en un bar de Bogotá con mi banda de metal, pero aún no puedo decir que conozca bien esta gran banda.
A continuación, el metal sinfónico de los finlandeses. Tarja Turunen, su vocalista operática, tenía un vestido blanco y se veía y escuchaba impecable, perfecta. Algún amigo me había prestado el Over the Hills and Far Away por esa época y hasta el día de hoy es el disco que tiene las canciones que más disfruto de esa banda: “10th Man Down,” “She is My Sin” (más aún ahora en la voz de Floor Jansen y “Deep Silent Complete”. “I Wish I Had An Angel” es un excelente punto de partida, al ser su éxito más pop. “Wishmaster” fue una de las últimas y la que mejor recepción tuvo por parte del público.
Después de eso regresé donde estaba mi familia. Allá la gente no se aprieta tanto en los conciertos como en sudamérica, por lo que uno puede salir para descansar un rato y más tarde volver adelante (ya no a la baranda) sin dificultades. Ese era mi plan, pero mi mamá y mi tía no estaban muy contentas conmigo por haberme ido corriendo y perderme entre la multitud sin aparecer por varias horas. No teníamos celulares todavía, y muchos menos WhatsApp para comunicarnos. De ahí que el material audiovisual del concierto que existe en las redes es mínimo y de baja calidad.
El resto de las bandas las vi desde lejos, con ellas. De lejos las dos mejores presentaciones del día: Slayer y Blind Guardian.
Slayer me sorprendió, al igual que unos años después en Bogotá por lo limpio que suenan los riffs de guitarra. En esa época no me gustaban mucho las voces rasgadas y/o guturales, pero Tom Araya es hoy en día, uno de mis cantantes favoritos. Recuerdo el escenario con muchas luces rojas, luces strober al ritmo del doble pedal, y la velocidad de las canciones, que no daban casi respiro entre una y otra. Es posible que ese día le haya encontrado el sentido, y más aun, me haya empezado a enamorar perdidamente de esta banda y este estilo de música.
Jeff Hanneman, uno de sus guitarristas fundadores y compositor, murió hace casi diez años y luego de unas últimas giras, Slayer se retiró. Su legado son 11 discos de estudio y muchos conciertos grabados en vivo, varias de las canciones más pesadas y celebradas en el metal, como “Angel of Death,” “Raining Blood” y “South of Heaven”. Personalmente, siempre me gustó “Disciple” y “Dead Skin Mask”.
Kerry King, el otro guitarrista fundador, con su cabeza rapada y tatuada desde los 90, cargado de cadenas colgándole de la cintura, manillas de taches largos que le cubrían los antebrazos, y con una barba que cada vez se hizo más larga y espesa, junto con Hanneman, Araya y Dave Lombardo, constituyen una de las agrupaciones de rock pesado más respetadas de la historia. De ellos compré el DVD War at the Warfield, que intercala las canciones del concierto con segmentos de entrevistas y videos de los fanáticos de la banda. Una locura.
Blind Guardian era de lo que más me llamaba la atención en ese entonces y no decepcionaron para nada. Esta banda alemana tiene una mezcla perfecta de baladas épicas y canciones más rápidas, con riffs que no le tienen nada que envidiar a ninguna otra banda. Su vocalista, Hansi Kürsch, tiene uno de los timbres más deliciosos del metal. Sus guitarristas, André Olbrich y Marcus Siepen son una gran dupla, como lo demuestran en baladas acústicas como “Lord of the Rings,” o su caballo de batalla, “The Bard’s Song” (In The Forest).
Del concierto recuerdo la solemnidad de la puesta en escena, con fogateros y telas decorativas para darle un aire de Tierra Media, el universo de Tolkien, el tema favorito de la banda. Llevan casi cuatro décadas girando por el mundo y publicando muy buena música. “Majesty” es una canción que siempre quise tocar desde el colegio. Algunas otras de sus joyas: “Valhalla” y “A Past and a Future Secret”. Tuve la fortuna de verlos en Bogotá unos años más tarde, con Hansi luciendo un nuevo look, con el pelo corto y en mejor forma física. Ya no estaba el baterista original, que sí ví en 2003 y que sonaba increíble en vivo, Thomen Stauch.
Para el segundo día ya teníamos idea de cómo funcionaba la cosa, entonces fuimos más tarde, tipo 4-5 pm para no cansarnos antes de tiempo. Tengo la impresión de haber visto al menos un par de canciones de Primal Fear, cuyo vocalista hizo parte de Gamma Ray, la banda del gran Kai Hansen, uno de los fundadores de Helloween y pioneros del power metal. Habiendo coordinado un lugar de encuentro para la noche con mis compañeras de viaje, me fui adelante, ya no en baranda, por lo que habíamos llegado más tarde, pero solo a unos metros de la tarima. Logré llegar a un lugar perfecto para ver a Iron Maiden más tarde. Iba a ver a mis ídolos muy, muy cerca.
Seguía la presentación de la única banda local del festival, Barón Rojo, de los que son para mí los AC/DC del rock en español. La banda se formó por allá a comienzos de la década de los 80 y continuó desde entonces gracias a los hermanos Armando y Carlos de Castro, ambos guitarristas. Son íconos del heavy metal español. Su vocalista original, Jose el “Sherpa” Campuzano, salió de la banda y fue reemplazado en la voz por Carlos de Castro desde comienzos de los 90. Algunas de sus canciones, que me llegaron al corazón, casi desde que los empecé a escuchar son: “Hijos de Caín”, “Los Rockeros Van al Infierno”, “Barón Rojo” y mi favorita, “Cuerdas de Acero”. En 2022 están haciendo su gira de despedida, que han tenido que aplazar varias veces por la pandemia del COVID-19. Espero poderlos ver una vez más. La última fue uno de los mejores conciertos de rock que recuerdo en Bogotá, junto a Quiet Riot hacia el año 2005.
Bien entrada la tarde hizo su presentación otra banda que ya en 2003 tenía una amplia trayectoria, y que hace parte de la Nueva Oleada de Heavy Metal Británico junto a Judas Priest y Iron Maiden: Saxon. Esta es una de las bandas que yo no conocía, pero que empecé a seguir desde antes del festival y luego de verlos en vivo me flecharon para siempre. Biff Byford, su cantante, es una especie de Santa Claus rockero, con su melena, completamente blanca ya para ese entonces, al menos 1.85 de estatura y una voz potente que puede manejar a su antojo para hacer gritos agudos, rasgados o voces graves que retumban en los oídos y el corazón.
Sus canciones tienen una combinación interesante de heavy metal y rock clásico, pero que ha ido adquiriendo características de otros subgéneros del metal a lo largo de los años, por lo que hay riffs que suenan mucho más modernos, o canciones épicas, baladas o a toda velocidad con doble pedal. Desde que descargué parte de su catálogo para prepararme para el festival, mis favoritas fueron “Heavy Metal Thunder”, “Dogs of War” y “Denim & Leather”. Su power ballad emblema, “Princess of the Night” siempre es un momento especial en sus conciertos. Hoy en día Byford tiene más de 70 años y sigue junto al eterno Paul Quinn en la guitarra y el resto de la alineación haciendo música nueva y girando alrededor del mundo. Adquirí el Saxon Chronicles, un DVD doble que parece un libro con tapa dura, con la presentación completa en Wacken de 2001, montones de videos, conciertos, entrevistas, fotos y un texto largo que relata la trayectoria de la banda.
A continuación venía el cabeza de cartel, la banda más importante del heavy metal de toda la historia: Iron Maiden. Aquí debo remontarme al momento en el que puse play por primera vez a una canción de un CD recopilatorio de Radioacktiva, (que recibí por llevar un regalo de navidad al parqueadero del centro comercial Unicentro para alguna obra de caridad). Esa canción se llama The Trooper, del año 1983. Nunca había escuchado algo similar. No podía creer que una guitarra eléctrica pudiera hacer ese sonido. Ese riff de introducción, junto con el de Sweet Child O’ Mine son el motivo por el cuál quise aprender a tocar guitarra, y más adelante tocar esas canciones con amigos, moldeando mucho de lo que es para mí lo más importante de mi vida y lo que más me gusta hacer, tocar rock pesado en inglés.
Para julio de 2003, ya había escuchado buena parte de la discografía de Iron Maiden. El primer disco que compré fue el Best of the Beast, seguido por el primer disco de su reunión, Brave New World (2000). Tenía copias de los dos primeros discos de la banda en cassettes que todavía conservo, pero que ya no sirven. Live at Donington (1992) y Rock in Rio (2001) son registros en concierto que me hicieron obsesionar aún más con la banda y con los discos en concierto de las bandas, porque me di cuenta que en ellos se puede encontrar lo mejor de su repertorio y sobre todo, qué tal suenan en vivo. Todavía no había servicios de streaming, pero Napster ya había cambiado la industria de la música para siempre y gracias al internet pude conocer a fondo el catálogo completo de la banda, además de descargar videos de diferentes presentaciones en vivo a lo largo de su trayectoria. Cualquier calificativo se le queda corto a Iron Maiden. Nunca va a existir un artista similar.
Antes de ver salir a Iron Maiden ese 12 de julio, ya tenía acumulados muchos recuerdos con la música de esta agrupación británica. Escuchaba esos cassettes con las canciones en la que cantaba Paul Di’Anno, los sábados en la mañana mientras mi padre me llevaba a entrenar a Cota. Él tocó batería en su juventud y golpeaba con sus dedos el timón del carro mientras tarareaba melodías que poco a poco se iban haciendo más familiares para él. Todos esos primeros proyectos musicales, con compañeros del colegio, algunos de los cuales se convertirían en amigos para el resto de la vida. Nos reuníamos a la entrada del teatro a practicar una y otra vez y fuimos a otros colegios a tocar canciones de Iron Maiden en al menos una ocasión.
Había que empezar por lo más simple, porque a los 15 años la mayoría apenas estábamos conociendo los instrumentos musicales. Nos aprendímos Virus y Afraid to Shoot Strangers, en depósitos de sótano o en la sala de alguna casa, aparte del teatro del colegio. Phantom of the Opera, Fear of the Dark y obviamente, The Trooper, aunque los solos no sonaran tan bien. Horas y horas de Maiden en recorridos de bus para el colegio, antes, durante y después de las clases, incluso en los recreos. Pares y pares de audífonos de todo tipo de diseños que se dañaron, perdieron o que cumplieron su ciclo cuando uno de los auriculares empezaba a dejar de funcionar, o hasta que conseguía unos mejores.
Los ingleses son muy puntuales. Cae el telón casi a la hora exacta que aparece en la programación. Los tres guitarristas entran corriendo al escenario, liderados por Steve Harris en el bajo. Nicko McBrain ya está instalado en su enorme batería y lleva el ritmo de la canción de introducción de la gira Give Me Ed ‘Til I’m Dead de ese año: The Number of the Beast (me alegré al confirmarlo porque quiere decir que aun recuerdo cosas muy puntuales de esa noche). Bruce Dickinson sale de último, saltando y gritando con su voz tan característica. El escenario está completamente decorado con imágenes de Eddie, la mascota de la banda, así como lo llevaban haciendo por más de 20 años para ese entonces. Maiden es nostalgia desde siempre, como si uno supiera lo que va a significar esa música el resto de su vida, (tanto como para querer escribir estas palabras 19 años después). Tal vez por el impacto repentino de todo esto que describo, lloré cuando vi a Iron Maiden. Esa salida/comienzo de concierto es demasiado emocionante e impactante. Cuando los vi en Bogotá cinco años después fue lo mismo. No tanto la tercera vez, que fue poco después, durante la misma Somewhere Back in Time, gira de grandes éxitos que quedaría inmortalizada en su registro audiovisual Flight 666.
También recuerdo que esa primera vez no tocaron mi canción favorita, The Evil that Men Do, pero sí otras que no esperaba, Bring Your Daughter to the Slaughter y Heaven Can Wait. Estrenaron por esa época Wildest Dreams, antes de que saliera el álbum Dance of Death en septiembre de ese año. Para ese entonces, hacía relativamente poco que Bruce Dickinson y Adrian Smith habían vuelto a la banda, después de una década de los noventa que no fue muy amable para ellos y para el heavy metal en general. Desde la reunión, han publicado seis discos de estudio, con un enfoque más progresivo y en varios casos discos conceptuales, como el A Matter Of Life and Death de 2006, que tocaron de comienzo a fin en una parte del tour siguiente. Han sabido intercalar a la perfección las giras de grandes éxitos con las de promoción de sus trabajos nuevos, además de explotar la marca para todo tipo de merchandising incluyendo el videojuego móvil Legacy of the Beast y la cerveza Trooper.
Es bien sabido que utilizan su fórmula rítmica de galope (tan-tacatán) a partir del bajo de Harris, popular desde comienzos de los ochenta y se han dedicado, de manera intencional, a escribir temas de más de siete minutos de duración en los que comienzan con introducciones instrumentales largas, para dar paso a secciones más pesadas, solos de guitarra y terminar de nuevo en calma. Es la fórmula ganadora desde Fear of the Dark (1992), incluso desde antes, Hallowed Be Thy Name (1982) y con ello han creado obras como “Paschendale” (2003), “For the Greater Good of God” (2006), “Starblind” (2010) y más recientemente “The Books of Souls” (2016), por la época en la que Dickinson tuvo cáncer de garganta, y “Hell on Earth” (2021). Pueden pecar de repetitivos y predecibles, pero intentar desprestigiar o quitarle mérito a esta banda es pura necedad. Nunca me deja de impresionar la cantidad de manifestaciones de inspiración que producen estos seis músicos británicos.
¿Después de Iron Maiden qué artista podría dar la talla? Pues uno de poco más de 1.60 mts. de estatura. Un serio contendor a mejor voz del heavy metal: Ronnie James Dio. Cantante de Rainbow, Black Sabbath y Dio, su proyecto solista, que inició por allá en los ochenta y con el cual se presentaba esa noche. Es otro de los artistas que empecé a seguir por el festival. Recuerdo que la tarde anterior al primer día, en el hotel de la Roda, descubrí que mi favorita es “Don’t Talk to Strangers” junto con las otras dos ultra populares “Rainbow in the Dark” y “Holy Diver”. A él lo vi desde lejos, ya con mi mamá y mi tía, bien entrada la noche. Una presentación impecable, de lo que recuerdo. Un señor artista.
Uno lo ve diminuto, ahí rodeado de toda la escenografía fantástica, que en los 80 llegó a incluir castillos, dragones y efectos especiales, pero la voz que sale de él tiene tal magnitud que llena cualquier espacio y logra estremecer a los miles de rockeros que lo pudieron escuchar. Tuve la oportunidad de verlo en Bogotá en la gira en la que se reunió con los ex-integrantes de Black Sabbath pero a última hora no pude ir, por un examen que tenía temprano al día siguiente. Maldito sea ese falso sentido de responsabilidad que a veces nos priva de experiencias invaluables e irrepetibles. Dio murió poco después, en 2010 por cáncer en el estómago. Un completo honor haberlo visto al menos una vez.
Después del festival compré un CD doble en concierto de Dio y otro de Barón Rojo, los cuales me robaron junto a un disc-man Sony color rojo que me encantaba. Tiempo después los compré otra vez; tal fue el impacto de esas dos bandas legendarias en mí. Los conciertos de esos discos son el Inferno – Last in Live de Dio y el genialísimo Barón en Aqualung, ambos discos dobles con toneladas de buen rock.
Del tercer día tengo el recuerdo de una sensación de mucho calor. Tal vez fue Abbath diciendo “Fuck the Sun” en medio de la presentación de Immortal. Lo que sí se es que no alcancé a ver a Dark Tranquillity, una banda que en esa época no me interesaba, pero más adelante será una gran influencia para mí. “Lost to Apathy”, “The Wonders at Your Feet”, “The Treason Wall” y “Monochromatic Stains” son muy recomendables.
Por otra parte, no estoy seguro qué tanto vi Exodus, pero esa pudo ser la primera banda que ví ese día. Tenía la referencia de que fue la primera banda de Kirk Hammett, pero los thrasheros de San Francisco son mucho más que eso. Una trayectoria de más de 40 años (est. 1979) y dos éxitos predominantes: “The Toxic Waltz” y “Blacklist” son solo parte del motivo por el cual la banda liderada por Gary Holt (que reemplazó al fallecido Hanneman en Slayer hasta que la banda se retiró) hace parte de los cuatro grandes del Thrash.
Immortal es otra institución en el metal. Más precisamente black metal noruego, subgénero del que no conozco mucho. Escribir este artículo es también una oportunidad para acercarme más a las otras bandas del festival que no exploré tanto. Recuerdo principalmente el maquillaje blanco y negro derritiéndose en las caras de sus integrantes en medio del verano español de mediados de julio a las 3:00 pm. Como mencioné antes, la voz gutural en ese momento no me gustaba, por lo que de cierta forma no aprecié como debí algunas de las bandas que tocaron.
Era evidente que el último día del festival tenía un cartel mucho más pesado que los anteriores, y una de las grandes bandas que descubrí se presentó a continuación: Kreator. La banda alemana liderada por “Mille” Petrozza estaba estrenando guitarrista, un joven (en comparación a los demás integrantes) Sami Yli Sirnïo, que en mi opinión le dió al grupo un ingrediente melódico que ha hecho que me interese más en su música. Fue unos de los guitarristas que más me llamó la atención del festival.
La intro y outro de “Violent Revolution”, en su versión del Live que lanzaron por esa época (y que adquirí y vendí y luego me arrepentí), es de lo más sublime que he escuchado en el metal. “From Flood into Fire” y “Voices of the Dead” son las canciones que más me han gustado de sus años más recientes. Los pude volver a ver en la primera edición del Knotfest en Bogotá, en 2018. Uno de sus más grandes éxitos, “Pleasure to Kill” apareció en la primera temporada de la serie de Netflix, “Dark”. Muy vigentes al día de hoy.
Después de esta super banda, se suavizaba un poco la tarde con la (para ese entonces) recién formada Masterplan, fundada por ex-miembros de “Helloween.” Compré su disco debut del cual recuerdo canciones como “Spirit Never Dies” y “Heroes”. Por algún motivo no escuché mucho más de esta banda.
Acabo de revisar su trayectoria para encontrar que tienen varios discos en estudio más y ¡oh, sorpresa! lanzaron en 2017 un disco de covers de Helloween que pienso escuchar hoy mismo.
*Update: Recomendadas “Mr. Ego” y “Take Me Home”
El guitarrista Roland Grapow y el baterista Uli Kusch no salieron en buenos términos de la banda de la calabaza, pero sin duda contribuyeron en los 90 para la continuidad del proyecto que reviviría Andi Deris juntos a los restantes miembros fundadores, Michael Weikath y Markus Grosskopf.
A continuación una de las primeras bandas de metal que conocí: Stratovarius. “Hunting High and Low” y “Black Diamond”, entre otras, fueron algunas de las canciones que me dieron la bienvenida cuando empecé a interesarme en el género, por lo que siempre tienen ese valor sentimental a pesar de que no los haya seguido con mucha atención desde que empecé a preferir otros subgéneros del rock.
En esa ocasión pude disfrutar ver la alineación clásica, con Jörg Michael en la batería y Jari Kainulainen en el bajo, que tiempo después salieron de la banda. Recuerdo que tocaron “Speed of Light”, canción altamente exigente por la velocidad y virtuosismo que desplega cada intérprete. También presentaron “Soul of a Vagabond”, del disco Elements pt. 1 que saldría ese año y que en ocasiones pongo en el carro. Son y serán una banda icónica del metal.
Al igual que muchas otras agrupaciones de tan amplia trayectoria, ha tenido muchos cambios de integrantes, al punto que hace tiempo que no hay ninguno de los miembros que empezaron el grupo, siendo la salida de su guitarrista líder Timo Tolkki en 2008 el suceso que más marcó a la banda. Actualmente son liderados por el cantante Timo Kotipelto en la voz y el teclista Jens Johansson. La banda ha continuado sacando música nueva, siendo el próximo 23 de septiembre la fecha para la publicación de su nuevo álbum Survive.
Como cierre del festival no había otra mejor opción que Motörhead. La banda londinense fue creada por Lemmy Kilmister en 1975, después de ser expulsado de su anterior proyecto al ser arrestado en la frontera de Canada por posesión de narcóticos. Lemmy tomó el nombre de una canción de esa anterior banda para nombrar su nueva iniciativa, hizo su propio power trío y para 1980 ya tenía cuatro álbumes de gran influencia en muchos subgéneros del rock pesado y el metal desde entonces.
En 2003 únicamente Lemmy seguía en la banda, acompañado de dos grandes músicos que estuvieron con él hasta el final: Phil Campbell y Mikkey Dee (hoy en The Scorpions). El icónico cantante y bajista estaba molesto durante su presentación en el festival porque tenía interferencia de una frecuencia de radio en su retorno, pero el tipo cantaba y sonaba increíble. La cabeza con el cuello estirado hacia arriba hacia el micrófono de una manera tan particular como su forma de cantar y de rasgar las cuerdas de su Rickenbacker característico, lo tocaba más como un guitarra que como un bajo eléctrico.
Como era la banda principal de la noche, tenían tiempo para tocar un set completo. Conseguí el No Sleep ‘Til Hammersmith, icónico disco en vivo de 1981, y sobre todo el DVD 25 & Alive Boneshaker de 2001, que tiene un setlist similar al que tocaron en el MetalMania y es una celebración de sus 25 años de carrera: un show con invitados como la cantante Doro Pesch, que coincidencialmente se presentó en el evento del día previo al comienzo del festival.
De las canciones destacadas de su discografía recomiendo “Sacrifice”, “Going to Brazil” y de las más recientes, “In the Name of Tragedy”. La alineación clásica (Phil “Philthy Animal” Taylor en la batería y “Fast” Eddie Clarke en la guitarra), que produjo los tres discos más importantes de la banda, contribuyó los temas más exitosos, como “Bomber”, “Overkill” y su obra más importante “Ace of Spades”, del disco del mismo nombre de 1980 y que se considera dentro de su catálogo como el punto más alto de su carrera.
El final de la historia de esta banda fue casi tan rápido como su ascenso a la fama, y es tanto triste como poético, así como lo debe ser para toda gran banda de rock. Toda la alineación clásica falleció en un lapso de tres años. Tres músicos pioneros, tres almas salvajes con reputación de fiesteros imparables que vivieron su filosofía. Lemmy quiso tocar hasta que su cuerpo lo permitiera. En sus últimas presentaciones era notorio el deterioro de su salud, pero se fue con las botas puestas. Recuerdo que el día de su fallecimiento pensé que era una mala broma del día de los inocentes. No. Lemmy murió y de inmediato se convirtió en uno de los dioses más queridos, respetados y extrañados del olimpo del rock. Él nunca quiso vivir para siempre. Born to Lose, Live to Win.
El festival terminó con el ruido agudo del retorno de la guitarra y el bajo, así como hacían en sus shows siempre. Se apagaron las luces del escenario. La gente empezó a dispersarse. Vi cómo a un lado del escenario había una puerta de acceso a los camerinos a donde entraban algunos invitados. Quise poder entrar ahí con todas mis fuerzas. Regresé donde mi madre y mi tía. No recuerdo qué pasó después. Acababa de vivir tres de los días más increíbles de mi vida. Seguía un recorrido de varios días por varios países. Perfecto para volver a escuchar todas las bandas del festival. Me hice a un boxset de Iron Maiden y uno de Judas Priest. Mucho por pensar, recordar, sentir. Sin duda un suceso que me cambió la vida.
Es curioso pensar que en esa época yo tenía solo 15 años, ni siquiera tomaba cerveza, y sin embargo me llamaba demasiado la atención todo lo que percibía en ese entorno. Han pasado casi 20 años de esa experiencia y aun tengo ciertas sensaciones de ese entonces, y lo que fue un primer acercamiento a muchas cosas, no solo en lo musical y artístico sino la crudeza de lo mundano y lo humano. Hoy en día a mis casi 35 años creo que no se me ocurren muchos planes que superarían un festival con un cartel semejante.
El único problema de los que pudimos disfrutar toda la discografía de nuestros artistas favoritos, es que tendremos que vivir en un mundo sin las grandes bandas del rock. Hace tiempo que Slayer, Dio y Motörhead no están presentes en los escenarios, pero su estrella guía los cientos de miles de fanáticos antiguos y nuevos por un mundo que hace rato perdió el gusto musical.
Las canciones y registros audiovisuales, a diferencia de sus intérpretes y creadores, no tienen fecha de defunción. ¡Larga vida al rock!